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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Volver al pueblo

Ayer volví a Arroyo después de 16 días. Cogí el autobús de la una, lleno de señoras que salían de trabajar o que habían estado de compras y volvían a la hora de comer para preparar la comida e ir a buscar a sus hijos a la salida de la escuela. Echaba de menos pedir la vez, la impuntualidad del autobús y las discusiones en la fila cuando algún joven avispado se colaba.

Regresar a Arroyo siempre es especial. Vas entrando por la rotonda y ves la gasolinera, el pabellón polideportivo, más adelante el cuartel, cruzas el Río Pontones, llegas a la Cafetería Maypa, enfrente Muebles Niso…  El autobús Mirat te baja frente al Maypa, al otro lado de la carretera, en los aparcamientos de la Residencia de Mayores Divino Morales. Desde ahí, el camino hasta casa es un no parar de emociones: te encuentras con tus vecinas de toda la vida, saludas encantadoramente mientras te preguntan por tus estudios, tu casa, tu nueva vida. Ves cómo cada día están más mayores y te das cuenta de que tú también has crecido. Ya no te tratan como a una niña, sino como a una mujer independiente, que sabe valerse por sí misma.

Cuando subía la pequeña cuesta que hay para llegar a mi casa, en comparación con lo empinada que es Juan XXIII, salía mi madre por la puerta. Iba a buscar al pequeño a la escuela, ya había dejado la comida hecha. Le pedí que no cerrara porque se me había olvidado la llave. Podría haberla acompañado a por mi hermano a la salida de clases, como ya hice hace 16 días y darle una sorpresa, pero esta vez necesitaba tranquilidad y armonía, entrar en mi casa, grande y amplia, silenciosa, recorrerla de punta a punta, fijándome en cada pequeño cambio, en cada recuerdo olvidado. Necesitaba reencontrarme conmigo misma, comparar lo que era y lo que soy, lo que tenía y lo que tengo.

Lo primero que hice al entrar, fue buscar a mi gato. Dejé el bolso en la primera silla que vi y corrí emocionada al corral, donde no lo encontré. No fue una desilusión, hallé emoción en algo que no debía serlo: la ropa tendida. En Cáceres, mi tendedero está en un patio cuadrado al estilo Aquí no hay quien viva. Cuando estoy poniendo la lavadora a veces escucho a las vecinas hablar de punta a punta y pienso que en cualquier momento caerá Loles León al vacío. En cambio, en el corral de mi casa, solo pueden aposentarse gatos y pájaros, animales que sepan escalar o volar por encima de uralitas. Tiendes con los pies en el suelo, y si se te cae la ropa, no tienes que bajar corriendo en ascensor a buscarla, ni se te mancha si gotea agua de la vecina de arriba.

El gato estaba en la terraza. En poco más de dos semanas ha pasado de ser arisco y pequeño a estar grande y más mimoso. Me apoyaba en la barandilla mientras el pasaba bajo mis piernas. Tenía el río y los edificios más altos de Arroyo a mis ojos. Paz, tranquilidad, sosiego, todo lo necesario para recuperar la buena salud. Días antes en Cáceres, había tenido que ir a urgencias y hacerme mis primeros análisis. La estresante vida de la ciudad, el comer poco en casa y rápido, el salir todas las noches, habían terminado con mi salud de hierro. Hoy al Burger King, mañana al 100 Montaditos, pasado al Bucanero… solo podía recuperarme una tarde así en Arroyo.

Abrí cada puerta y me fijé en lo cambiadas que estaban las habitaciones. A mi madre le encanta cambiar el estilo de la casa cada cierto tiempo. Había puesto fundas nuevas a los sillones del comedor. Me senté en uno de ellos. No encendí la televisión. Cerré los ojos un momento y disfruté del silencio. En Cáceres eso es imposible. Lo que menos me gusta de los pisos es que se escucha todo. No hay intimidad. Por eso estoy lo menos posible en el mío. Prefiero pasear, es más tranquilo. Solo puedo comparar el silencio y la armonía de mi casa con subir a la montaña.

Mi madre me mima mucho cada vez que voy a casa. Echaba de menos su tortilla de patatas y allí tenía una preparada. Mi hermano, en cambio, estaba deseando venirse conmigo unos días. Para él Cáceres es como para mí Madrid, diversión asegurada. Mi padre venía cargado con dos docenas de huevos del campo para mí, prometiendo traerme también patatas, tomates… A las cuatro de la tarde fui a visitar a mi abuela, que tiene la casa patas arribas porque está haciendo obras. Estaba sentada en un sofá, con el yorkshire al lado, acariciándolo mientras veía la novela. Una imagen muy tierna. A mí me emocionaba verlos y a la vez los envidiaba. En el piso no me dejan tener mascotas, me he tenido que conformar con unos peces de colores, que se mueven en el agua, pero no me acompañan.

Cargué con la mayoría de mis libros, los abrigos de invierno, peluches para la cama, tupperwares con comida para el fin de semana, garrafas de 5 litros con agua de la fuente de Aliseda, los huevos de campo, café recién hecho, la tortilla de patatas… y mi hermano. Volvimos por la noche a Cáceres, pasamos por Malpartida, con el Mercadona inaugurado radiante de luz. Llegué a mi piso con las pilas cargadas. Le cambié el agua a mis peces, les di de comer. Le hice la cena a mi hermano, fregué la loza, coloqué la habitación y me acosté. Cuando estaba en la cama, acariciando la espalda a mi hermano y teniendo por fin el cariño que necesitaba, sentía como el piso me asfixiaba, se me hacía pequeño. Después de haber estado en Arroyo, en mi casa, con sus dos plantas, su terraza y su corral, como la mayoría de las casas de pueblo, el piso y más concretamente mi habitación, me parecía un zulo. 

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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