Ayer volvía a Arroyo por la tarde para comer en familia y salir desde allí a Moraleja con unos compañeros, a la entrega de premios a la Memoria Histórica “Luis Romero Solano”. No me dio tiempo a coger el autobús de las dos, que es el que cojo habitualmente cuando voy a Arroyo. Mi madre ya estaba nerviosa, decía que cuando iba a llegar, que me estaban esperando y se enfriaba la comida.
Fui a la parada que hay frente al Hotel Extremadura a las 15h y hasta media hora después no apareció un autobús. Era pequeño, de los que menos plazas tienen y de los que más trayecto hacen. Como no tenía dinero suelto, esperé a entrar de las últimas para no tener problemas de cambio: llevaba 20 euros. Pasaron delante de mí unas 25 o 30 personas, se supone que cambio de 20 euros para pagar un viaje de 1,65 había de sobra. Cuando subí al autobús y mostré el billete con el que pagaría, el conductor se negó a cogérmelo. Me decía: dame suelto o un billete más pequeño. Yo no tenía. Acababa de sacar dinero en el Banco Santander y en los cajeros no puede sacarse menos de 20 euros.
Estaba empezando a ponerme nerviosa, por mucho que le insistía al conductor, no entraba en razón. Él no me ofrecía soluciones. Le pregunté ¿entonces qué hago? Y se encogió de hombros. Entendí que quería que me bajase y así hice, más indignada que cabreada. Quedaban tres o cuatro señoras detrás de mí por subir y tuvieron que echarse hacia atrás para que yo bajase. Enseguida se corrió la voz: ¡Qué fuerte, ha hecho bajar a la chica!
Cuando me iba de allí corriendo, muy nerviosa y ante el miedo a adentrarme en una discusión, porque a mí no me gusta discutir, una señora me agarró por el brazo y me ofreció los dos euros que llevaba en la mano. Yo le di las gracias pero me negué a aceptarlos. Me daba la vuelta para irme otra vez pero la señora estaba muy indignada con la situación y me decía que no iba a dejar que estuviera una hora esperando el siguiente autobús (de otra compañía) hacia Arroyo. Gracias a esa buena mujer y a un grupo de ellas que me convencieron, volví a subir las escaleras del autobús de nuevo para embarcar en él.
El conductor se sorprendió al verme y puso cara de querer decir: “Te creías que ibas a tomarme el pelo”, aunque en realidad lo que dijo fue peor: “¿Pero no decías que no tenías dinero suelto?, ¿ahora resulta que si tienes?” En ese momento me entraron ganas de volver a bajarme del autobús o de lanzarle las monedas a la cara. Sin embargo, lo que dije creo que le puso nervioso: “Me ha tenido que dejar el dinero una señora”. Entonces, cuando vio que la gente había tenido que ayudarme empezó a decir, no para mí, sino para que lo escuchara todo el mundo que allí estaba presente, que me había propuesto que subiese y le pagase el billete otro día, lo cual era mentira.
Yo pasé de discutir, de pedir hojas de reclamaciones como rato después me recomendaron desde twitter que hiciera, y me senté en mi asiento. La situación me parecía bochornosa, era el tema de conversación dentro del autobús y yo solo intentaba guardar en mi memoria la cara de la señora que me había salvado de estar una hora esperando para devolverle el dinero y el favor.
Esta mañana temprano, cuando venía de Arroyo a Cáceres, porque al final no pude asistir a la entrega de premios en Moraleja, volví a cruzarme con el mismo autobús y el mismo conductor. Podría haberlo cogido, pues salía a las 8:45 pero preferí esperarme al de las 9. Para mi sorpresa, me encontré con un gran cambio: el autobús de las 9 había cambiado, ya no era el rojo y blanco en el que montaba antes para venir a Cáceres, en el que pasé los dos primeros cursos de Filología montada. Ahora era azul, la misma empresa que hace el trayecto al Casar de Cáceres.
Así que antes de montar, pregunté que si venía a Cáceres. Allí estaba mi conductor de toda la vida, esperándome, dispuesto a cambiarme 20 euros o 50 si hacía falta, como alguna vez había hecho. Pero por si acaso ya había prevenido y llevaba dinero suelto que me había dejado mi madre encima de la mesa antes de acostarse.