Desde el año 2010, con cierta frecuencia, cojo el autobús urbano en la Cruz a las 08.30 de la mañana para ir a la facultad. Es hora punta y en cuestión de minutos se forman unas colas tremendas para poder entrar. La gente se apelotona e intenta hacerse hueco para no quedarse fuera. Dentro, no puedes evitar tener la boca de alguien pegada a tu oreja o los brazos entrelazados con varios desconocidos para poder agarrarte a la barra de seguridad. A todo esto, se suma el grito del conductor:”Echaos hacia atrás o apretaos más, aún hay hueco libre para que entre más gente”.
El día que sucedió la tragedia del Madrid Arena, no pude evitar pensar que algo parecido podría pasar, en menor escala, una de estas mañanas yendo a la facultad. No es lo mismo un accidente con la gente sentada en su sitio o de pie pero con espacio para moverse, que uno en el que pueden caerte veinte personas encima y asfixiarte antes de poder levantarte. Sin embargo, nunca he escuchado a nadie que critique este tema y busque una solución. Al Madrid Arena, como a la mayoría de estos recintos de fiestas y eventos, normalmente, suelen dejar pasar a menores sin pedirles el carnet, superan el aforo o no controlan estrictamente el acceso de objetos peligrosos. Ha tenido que suceder una tragedia para que, a partir de ahora, se tenga mucho cuidado.
Me da miedo que tenga que sucedernos una desgracia a los estudiantes alguna mañana para que se ponga remedio a la masificación en el autobús. Un día escuché a una chica decir que estábamos como sardinas en lata. Yo espero que nunca lleguemos a ser sardinas en escabeche.