Debería dedicar una categoría del Blog a “Mis desgracias”, porque todos los días tengo alguna. Si el martes casi sale ardiendo mi casa, el miércoles casi me parto un dedo, si es que no me lo he partido de verdad. Iba andando por la casa descalza y a oscuras, como suele ser habitual en mí. Era temprano, acababa de despertarme el sonido del telefonillo de la calle. No tenía los cinco sentidos aún avivados, ni siquiera mi cerebro estaba en su sitio.
El día anterior habíamos estado desocupando el cuarto de baño para que cuando viniese el fontanero, pudiera trabajar con espacio. Estaba todo el pasillo lleno de muebles, aparatos electrónicos, multitud de botes… Por esquivarlos a oscuras, sin medir bien mis pasos, mi dedo meñique tropezó con la puerta de la cocina. Pobrecito, el golpe que se dio. No pude evitar derramar unas lágrimas, ni tirarme al suelo ni chillar. Al poco tiempo me repuse, pasé del telefonillo y llegué hasta el salón a la pata coja.
A pesar del dolor, que no sé si es del impacto o de que está partido, que por el gran golpe puede ser, me debato entre ir al médico o no. Más que nada porque la última vez estuve seis horas metida en Urgencias y escarmenté. Es lo malo de no tener médico de cabecera en Cáceres.