Tengo una gran duda: ¿quién va a contratar Internet el día de mañana? Las generaciones que vienen ahora, cada vez más avispadas, con grandes conocimientos de Internet, como mi hermano a los 8 años, se van a encontrar con un mundo totalmente digitalizado, con una prensa en papel escasa, libros para e-book, bibliotecas muertas, ejercicios de matemáticas virtuales, nada de cuadernillos Rubio para aprender a sumar y restar, y mucho menos, calculadoras de a mano.
Ahora ya, ni las grandes compañías se salvan. De qué nos vale que Jazztel nos haga grandes ofertas, nos ponga el ADSL, la línea telefónica y el internet móvil por 19,95 al mes, si te metes en Youtube, ves un par de tutoriales y en quince minutos tienes las claves wifi de tus vecinos más cercanos, y si no, te compras una antena y coges la mitad de las redes del barrio. De qué le vale a Adobe, a Avira o a Pinnacle vender sus productos para ordenadores, si te metes en páginas como kat.ph que son una pasada por su variedad y su eficacia, y en cinco minutos, con un tutorial de Youtube también, aprendes a utilizar el cracker.
Del cine ya ni hablamos, ya pueden poner las leyes Sinde que quieran o cerrar Megaupload, que, o nos demuestran a los ciudadanos que la gran pantalla tiene su encanto, que no es lo mismo ver “Lo imposible” en gran calidad que verla en formato reducido, o será otra industria que no se salve.
Internet se está cargando todo lo que nuestros antepasados han construido. Si Cervantes levantase la cabeza, se sorprendería con lo que ha cambiado el mundo. Él escribía a la luz de una vela, en condiciones penosas y a mano, y nosotros tenemos nuestra calefacción, nuestro ordenador, el flexo, la tacita de café al lado, información a tutiplén en la red, y ni aún así, somos capaces de ser tan precisos como él en sus escritos.
Nuestra sociedad avanza a tal velocidad que ni nosotros mismos sabemos a dónde va a parar. Si ni las grandes compañías e industrias se salvan, nosotros menos. Al menos, aprendiendo a hackear ahorramos dinero.