Cada vez que barro el suelo del salón, aparece un papel nuevo: quinielas de fútbol, recetas del médico, postales de Cáceres antiguas, publicidad, unas tablas del cambio de pesetas a euros… Al principio me sorprendía, me quedaba un rato mirando la letra de mi difunto abuelo, las recetas de las pastillas que tomaba para su salud, las sopas de letras que hacía y me emocionaba con cada papel que aparecía.
Lo normal hubiera sido levantar el mantel tras encontrar cuatro papeles, quitarlos todos, meterlos en un cajón o echarlos a la basura y olvidarme de tener que agacharme a recogerlos cada vez que se cayesen. Pero me veo incapaz. Siento que debajo del mantel sobre el que como todos los días, tengo un tesoro familiar.
El otro día, tras terminar de comer, cuando me levantaba a coger el postre del frigorífico, aparecieron en el suelo un par de postales de Cáceres y un mapa muy antiguo de la DGT del verano de 1988, de cuatro años antes de que yo naciese, en el que se ven las carreteras que había por entonces, con muchísimos tramos en construcción. Las dos postales, una de la Casa de los Condes de Adanero y otra del hospital, una en verde y otra en blanco y negro, hacen que mi imaginación se vaya al siglo XX, me ayudan a imaginar cómo era la ciudad en la que ahora estoy viviendo, en la que entonces vivían mis abuelos. Cómo eran las calles por las que pasaban, los palacios en los que tantas veces me ha contado mi abuela que trabajaba como sirvienta, las callejas por las que pasaba mi abuelo y le tiraba caramelos para que supiera que había pasado por allí y se había acordado de ella.
Cada cosa que descubro en esta casa, me lleva a poner imagen a aquellas historietas que escuchaba cada noche de la voz de mis abuelos antes de irme a la cama.