Mi hermano se ha venido a pasar unos días de Semana Santa conmigo. Lo noto diferente, será la distancia, o lo mayor que se va haciendo y lo mucho que se nota cuando no lo ves día a día. El caso es que ahora, cuando me ducho con él, porque aún no sabe hacerlo solo, me da mucha vergüenza.
Está en esa edad en la que se hacen preguntas extrañas, en la que se vuelven los niños muy curiosos, en la que se fijan en tu cuerpo, en el suyo… en las diferencias. Yo intento no sonrojarme, actuar con naturalidad, pero temo cada vez que abre la boca, cada vez que tiene una duda. “¿Carol, tú no tienes colita?… ¿Tú meas por el culo?”, me preguntaba esta mañana.
Imagínense en una situación similar. ¿Qué responderían? Yo no sé qué decir, me pongo nerviosa, asiento como puedo, salgo del paso diciendo a todo que sí, porque a veces creo que sabe más de lo que muestra saber y me toma el pelo. “¿Carol, cuando van a crecerme a mí las tetitas?”, me decía luego. Lo peor a veces no son sus preguntas, sino su manera de mirar tan inocente y a la vez curiosa, sus gestos pícaros, sus sonrisas sabiendo que te está incomodando.
Después de esta mañana, de ver que el ‘peque’ se va haciendo grande, va siendo hora de que aprenda a ducharse solito. Temo sus preguntas preadolescentes.