He probado a desinstalarlo e instalarlo de nuevo, a hacer una copia de seguridad, a apagar el móvil un rato y volver a entrar en la aplicación, pero nada, ninguno de los trucos que me han recomendado para que me den un tiempo más de servicio gratuito ha servido. Al final, tras mucho enredo sin buen resultado, he tenido que pagar los 0.89 céntimos que vale Whatsapp.
En el fondo, ese precio no es nada comparado con lo que nos gastábamos antes al mes en sms, pero estaba esperando por si a mis contactos les daba por sumarse a Line tras la campaña publicitaría que están haciendo en televisión con Michelle Jenner y Hugo Silva, y podía quitarme una de las dos aplicaciones del medio, porque ya no sé ni a quién tengo que escribir por una ni a quién por la otra.
Tras un día sin Whatsapp activo y sin la mayoría de mis contactos en Line, aunque confieso que poquito a poco van siendo más, me he sentido desconectada del mundo. Al entrar por la noche, tras abonar su precio, me he encontrado con más de cien mensajes. En cambio, en Line en todo el día activo, no he tenido más de cinco. Tal vez nos hayamos acostumbrado a “wasapear” o a “mandarnos wasap”. Reconozco que a mí eso de “linear” me suena a cosa de arquitectos.