El día que Eusebio El Batería me piropeó por primera vez, me hizo especial ilusión. Hacía un mes escaso que me había venido a vivir a Cáceres y me faltaba algo que me ayudase a sentirme parte de esta ciudad. Eusebio, a la salida del Eroski Consumer, disparándome con una pistola, muy a lo película del oeste con un sombrero de vaquero, me decía que me iba a comer y, además de sacarme una sonrisa, me ayudaba a ponerle cara a uno de esos personajes míticos de Cáceres de los que tanto había escuchado hablar, pero nunca había visto personalmente.
Ayer, cuando me enteré de la muerte de Eusebio, sentí lo mismo que cuando se muere un vecino de mi barrio en Arroyo: me puse muy triste. En seguida, recordé la última vez que lo vi, hace un mes aproximadamente, cuando subía por Cánovas y en los puestos que había se paraba a ojear juguetes. Cuando pasaban chicas jóvenes o señoras mayores por su lado, para todas tenía una buena palabra en la boca, de esas que te alegran el día… Para mí, ver a Eusebio paseando por Cáceres era como ver a un cantante o a un futbolista famoso. Lo seguía con la mirada, observando cada una de sus acciones, hasta que lo perdía de vista y pensaba cuándo sería la próxima vez que volviese a deleitarme con su natural simpatía.
Echaré de menos que Eusebio me quiera comer con tomate y patatas. Pasear por Cáceres sin tu presencia no será lo mismo, Eusebio. Gracias por habernos hecho sonreír.