Esta semana me he convertido en un autentico peligro para los viandantes y coches de Cáceres que pasan o están situados a los alrededores de las pistas de pádel. Este deporte me está resultando mucho más complicado de lo que me parecía cuando hace años jugaba en el corral de mi casa contra una pared, que era blanca y acababa siempre negra de los pelotazos que le metía.
Para empezar, no soy capaz de sacar. Yo, que siempre he creído tener mucha fuerza en los brazos, ahora me pongo a darle a la pelota (se saca igual que jugando al ping pong, botando en tu campo) y no soy capaz de pasar la red. Sin embargo, me pongo a darle un derechazo a la pelota, acabo superando la altitud de la valla y temo siempre hacerle un chichón a alguien, si le cae en la cabeza, o romper algún cristal.
Por ahora, creo que nadie ha sufrido daño, excepto yo. Tengo una rodilla magullada de lanzarme como una loca a por las pelotas imposibles o resbalarme por llevar mal calzado. También me duele un hombro de no medir bien las distancias. No termino de acostumbrarme a eso de las paredes transparentes. Al principio me daba unos golpes impresionantes y ahora voy con cuidado para no abrirme la cabeza.
La experiencia, a pesar de los percances, que supongo que a todas las personas que comienzan a jugar les suceden, está siendo muy buena. Encima, estoy empezando a coger color para el verano. Ya se me están poniendo los mofletes a lo Heidi, y eso en mi caso, teniendo en cuenta que para ponerme morena primero tengo que pasar por el estado tomate, es muy positivo. Así que mientras nadie resulte herido a mi costa, yo seguiré intentando aprender. Igual llega un día en el que solo sobrepaso la valla cinco veces. Será un milagro. Por si acaso, mientras tanto, no caminen por aceras pegadas a pistas de pádel.