No hay cosa que me dé más rabia que pisar chicles caminando tranquilamente por la calle. Bueno sí, me cabrea aún más que me caigan en la cabeza, por esa afición que tiene la gente a tirar las cosas pequeñas por la ventana o el balcón. Y ya no son solo chicles, sino que también colillas, papeles, envoltorios de caramelos, etc. que ocupan muy poco, por no decir nada, en un cenicero o en una bolsa de basura.
La semana pasada, bajando por Ronda del Carmen, cayó ante mis ojos una colilla, no apagada del todo. Me dio bastante miedo, si hubiera caído a la vez que yo pasaba bajo el balcón, podría haber ido a parar a mis ojos o a mi pelo. Desde entonces, voy con mucho cuidado, ya no sé qué es mejor, si ir por el medio de la calle, por donde como mucho puede caerte caca de algún pájaro, o ir por la acera, que se supone que es segura, y tiene tal vez más peligro por ‘pequeños detalles’ como estos.
Debe de ser que no a todos nos dijeron en la escuela: “Los papeles a la papelera”.