Tiene unos ojos claros, preciosos, una mirada intensa, con chispa, coqueta. Una melena L’oréal, porque él lo vale, cara de niño, cuerpo de hombre, alto, delgado, esbelto. Unos labios carnosos, insinuantes. Pero lo que más me gusta, lo que me ha enamorado de él, es su voz varonil y su talante.
Desde el martes, feliz después de que el Bayern le endosara cuatro goles al Barça, me considero la fan número uno de Master Chef. Yo, que no sé cocinar más de cuatro platos, que aún sigo teniéndole miedo a los fogones, que tiro de microondas siempre que puedo… me veo tragándome el programa todas las semanas por verlo a él, a Jordi Cruz, un cocinero que levanta pasiones tanto por sus platos como por su belleza.
Ha sido escucharlo, mirarlo y sentir una punzada en el pecho, he tenido un flechazo. Y ahora no me lo quito de la cabeza. Me da igual que cocine un pichón o un pavo, que su veredicto sea bueno o sea malo, que esté serio o sonría, que se haga el duro con los concursantes... a mí se me cae la baba solo con que lo enfoque la cámara. Si cocina tan bien, qué no hará con esas manos.