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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Malas costumbres

Empecé a acostumbrarme muy pronto, al mes de comenzar la carrera, a faltar a clase. No porque no me interesasen, sino porque veía tanto nivel en las intervenciones de mis compañeros que me sentía fuera de juego y me deprimía. Decidí cursar Filología Hispánica el último día de la Selectividad, en septiembre, cuando comencé a agobiarme porque la carrera que quería llevaba sin plazas desde antes del verano y el ciclo formativo que estaba cursando no me convencía.

No tardé mucho en asimilar el paso del instituto a la universidad, pero de ese tiempo solo recuerdo lágrimas y más lágrimas. Digamos que acabé cogiéndole el truco: como al principio estábamos mezclados los alumnos de todas las filologías, en la mayoría de las clases podíamos rondar el centenar de personas en el aula y claro, era imposible que los profesores llegasen a memorizar todos los nombres y caras. Me sentía un simple expediente, un nombre unido a un número, que tenía que entregar prácticas, trabajos y aprobar exámenes, pero que no necesitaba asistir a clase, así que podía aprovechar el tiempo en casa, en la biblioteca o, incluso, me llegué a plantear hacer un curso de iluminación por las mañanas.

A lo bueno se acostumbra uno enseguida. En segundo, me pasó lo mismo que me había pasado en primero con todas las asignaturas con el inglés. Fui a clase los primeros días y, por miedo a que la profesora me hiciese leer o me preguntase, dejé de asistir. Otra vez, el ver a gente con tan buen nivel me hundió y a día de hoy, aún tengo el idioma pendiente.

Este año, en tercero, dándole un poco vueltas al coco, he llegado a la conclusión de que no he sabido adaptarme a tiempos nuevos, a un cambio de chip que he intentado varias veces, pero que por mi afición a hacer veinte mil cosas a la vez, no he sabido llevar a cabo. Ya me lo han dicho en varias ocasiones: “Todo no se puede tener”, pero cuando una se acostumbra a no agobiarse por sentir que no das la talla, que otros te dan mil vueltas, que eres un cero a la izquierda… relaciona no ir a clase con no pasar un mal rato, que emocionalmente puede acabarte influyendo, cuando puedes ir a darte un paseo, a hacer deporte, fotografías, escribir o leer en un parque a la sombra de un árbol sin que las inseguridades te atormenten. Este año, con asignaturas específicas y entre veinte y treinta alumnos por clase, las malas costumbres me están pasando factura.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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