En temas básicos, soy muy clásica: prefiero lo eficaz antiguo a lo “bonito” desesperante. Parece que avanzamos a peor, que no nos interesa la comodidad, sino la elegancia. Esto pasa, por ejemplo, con los aseos de los bares, que han pasado de tener el interruptor de la luz a un lado a tenerlo automático.
Ahora, vas a orinar, y la mitad de las veces lo haces a oscuras. Bueno, aprendes después de tres malas experiencias y terminas sacando el móvil y encendiendo la linterna, más que nada para conseguir abrir el pestillo de la puerta. ¿Porque a quién no le ha pasado estar una noche en una discoteca, ir a orinar con una amiga (las chicas nunca vamos solas), y terminar las dos dando saltos o tocando las palmas, como si bailaseis flamenco para que la luz ‘se haga’?
Cuando entro en el aseo de un bar, me da lo mismo qué etiqueta tengan para diferenciar el de los chicos y el de las chicas, no me importa que el espejo sea pequeño, que el grifo del lavabo cueste abrirlo o que la taza del baño sea de diseño. Si hay un interruptor a la entrada y no tengo que bailarme un fandango o una seguidilla para poder orinar a gusto, me doy por satisfecha.