Ayer por la noche fui a dar una vuelta con unos amigos por Cáceres, buscando tomar un batido o un helado, y estaba todo vacío. Nos sentíamos como si fuésemos turistas. Pasábamos los semáforos sin apenas mirar a los lados, ni tráfico había. Es cierto que hacía un poco de frío, pero ni siquiera había parejas abrazadas, ni esa imagen tan típica de ellas con las chaquetas de ellos veías paseando.
Es la primera primavera que paso en Cáceres, y lo cierto es que imaginaba que en esta época del año habría más ambiente anocheciendo. El año pasado, cuando tenía que volver a las ocho de la noche a Arroyo en autobús, me daba mucha pena irme. Llegaba al pueblo, entraba en casa, salía a la terraza a tomar el aire y me imaginaba viviendo en Cáceres, paseando hasta que se oscureciera el cielo o sentada en una terraza tomando cañas hasta que me entrase sueño.
Este fin de semana, cuando bajé a la plaza por la noche, había mucho ambiente teatral por el Festival de Teatro Clásico, y muchos jóvenes que, tras disfrutar de cenas de fin de curso, daban vida a las terrazas, se agrupaban sentados en las escaleras o , simplemente, paseaban arriba y abajo porque el tiempo invitaba a hacerlo. Ayer, en cambio, la plaza estaba vacía, en las escaleras había un par de personas sentadas, dos o tres turistas hacían notar su presencia con los flashes de sus cámara y la vuelta a casa por Pintores y Cánovas era como andar por un desierto.
Este invierno, los miércoles a las cuatro de la mañana veía a más personas por la calle que estos días. Anoche, por primera vez, tuve miedo al volver sola a casa. Cualquier sombra o ruido que sentía me alertaba. Espero que lo de anoche fuese culpa del frío y no eso que tanto escucho últimamente: que Cáceres está más muerta que viva.