Dicen los médicos que las cerezas quitan la ansiedad, y debe ser cierto, porque estos días, desde que ya se pueden encontrar picotas en las fruterías, estoy de lo más relajada. Sin embargo, a mí lo que más me gusta no es que me quiten los nervios, ni siquiera lo que más me atrae es su sabor, sino el hecho de que haya dos juntas por la misma ramita. ¿Quién no se las ha puesto nunca en la oreja a modo de pendiente?
También dicen que tomar muchas cerezas sienta mal estómago. Y es cierto, pero son tan adictivas, tan dulces y su temporada, tan corta que es inevitable pegarse un atracón. Recuerdo una excursión hace años a Hervás, cuando estaba en Primaria aún, que, de camino al pueblo, cada vez que pasábamos ante un cerezo, no podíamos evitar alzar la mano y arrancar unas cuantas cerezas para llevárnoslas a la boca. La vuelta a casa en autobús el último día fue horrible, íbamos todos con un dolor de estómago tremendo, porque si a un atracón de cerezas le sumas que, además, estaban calientes porque el sol les había estado pegando fuerte…
Para la dieta, en cambio, me están viniendo genial. Antes, cuando iba a dar un paseo, pasaba por Sánchez Cortés, me compraba unos conguitos de chocolate blanco y me iba a las escaleras de la plaza a comérmelos sentada. Ahora, he sustituido los conguitos por cerezas, a pesar de que hay que llevar siempre una bolsita para tirar los rabitos verdes y los pipos, y, además de satisfacer mi apetito, también me quitan la ansiedad y el antojo de tomar chocolate. Es una pena que podamos disfrutar de esta fruta tan poco tiempo.