Cada vez que voy a Badajoz y paso por el Faro, intento no caer en el consumismo, pero para poder llegar a conseguirlo, Primark debería estar muy poco visible, tanto que no tuviese tentación de entrar.
La última vez que había ido, antes de volver ayer, me traje siete camisetas por veintiún euros, de las que he debido estrenar tres, y que ahora apenas me pongo porque al haber adelgazado me quedan como un saco. Sin embargo, no son las camisetas, ni pantalones, ni zapatos la causa del derroche.
Uno de los productos que más me gusta de Primark son sus tangas, que ahora en rebajas, están hasta más baratos que en el mercadillo. Los ves por allí colgados en paquetitos de cinco unidades, coloridos, llamativos, y no puedes evitar cogerlos. De hecho, ya no suelo ir a tiendas de ropa interior. Cuando estoy mucho tiempo sin ir a Arroyo a llevarle la ropa sucia a mi madre para que me la lave (en Cáceres no tengo lavadora), y empiezan a escasear las prendas limpias, voy al faro y me traigo provisiones.
Otra de las cosas de las que estoy muy surtida desde que voy a Primark, es de gafas de sol. Ayer las había hasta a 0.50 céntimos. Nunca las había visto tan baratas. La primera vez que me compré aquí en Cáceres unas gafas de sol a 2 euros en Media luna creía que nunca encontraría una ganga parecida. Sin embargo, en Primark, las gafas más caras de todas las que me he comprado desde que lo abrieron, me han valido 1.50. Ya las tengo blancas, rosas, de cebra, multicolor, de flores transparentes… incluso las hay de cachondeo, del estilo de las que venden ambulantemente en las ferias: con los símbolos de la paz, con forma de copas, con palmeras y camellos…
Lo chungo realmente llega en el momento en que te vas a poner en la cola para pagar. Y entonces, aparecen ante ti todo tipo de velas, productos de cosmética, enredos para el pelo, calcetines, monederos… y a precios muy bajos, incluso algunos a menos de un euro. Y entonces, un eurino por aquí, dos por allá, otro de esta pinza rosita para las cejas, tres de unos tobilleros con rayitas… y al final, el precio de la cesta de la compra se te dispara. Y lo que iban a ser 15 se convierten en 30 euros.
A mí, la última vez que fui, antes de ir ayer, me había absorbido tanto el consumismo que llegué a comprarme un paquete de cinco cepillos de dientes a 0.75 céntimos. Sí, muy baratos, pero para qué quiero yo tantos si vivo sola.