Cuando mi hermano viene a casa, ya puedo ir olvidándome del mando de la televisión, de comer viendo Los Simpsons y después el telediario, y mucho menos, la sección de deportes al final. Desde el domingo me tiene el miedo metido en el cuerpo. A punto de terminar mis vacaciones y mis últimos días para quedarme leyendo hasta altas horas de la madrugada sin tener prisas por levantarme, pudiendo estar hasta las tres de la tarde después descansando en la cama, ya me ha impuesto sus normas: “¡Carol, a las 10 de la mañana, desayuno y Peppa Pig!”.
“¡Béndita programación de septiembre!”, pensé anoche cuando me dio por meterme en la web de Clan y vi que habían cambiado Peppa Pig por unos dibujos que no le gustaban. Al menos, ya no tendrá estos días prisas por madrugar. Pero eso sí, de tragar tele, no me salva nadie. El verano pasado, consiguió hacerme fan de unos dibujos un poco raros, llamados Gormiti, y este verano, no descarto hacerme experta en Fanboy y Chum Chum, Capitán Biceps o Los pingüinos de Madagascar. Yo los veo con él por integrarme en su mundo, por tener un tema de conversación común, y porque… para qué nos vamos a engañar, me encanta sacar mi vena infantil y disfrutar viendo dibujos animados, que hacen que me olvide de los problemas de verdad.
Lo malo es que cuando se va mi hermano, cada vez que hago zapping y paso por el Clan, me entra mucha nostalgia, hasta el punto de que la última vez, me puse a ver un par de capítulos de Peppa Pig y lo llamé por teléfono para comentárselos.