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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Stressing cup of café con leche in Universidad

Del paso del instituto a la universidad, lo que más me impresionó para bien no fue el tamaño de las clases, ni el mobiliario que tuvieran, ni siquiera la libertad que nos daban para entrar en medio de alguna asignatura si llegábamos tarde, sino que nos permitiesen tomarnos un café o una Coca cola tranquilamente si nos apetecía en las aulas, o tomar un snack con un poco de disimulo, aunque es verdad que hay gente que no se corta y se come directamente un sandwich.

En el instituto estábamos acostumbrados a copiar cien veces en un folio ‘No volveré a masticar chicle en clase’, o mucho peor, a veces nos obligaban a llevar un paquete con uno para cada compañero. A veces, también nos daba por comer pipas. La de veces que metimos las cáscaras en el cajón donde estaban guardadas las torres de los ordenadores… y la vergüenza que pasábamos cuando por alguna razón el profesor las veía. Entonces, ni se nos pasaba por la cabeza eso de ponernos a tomar una bebida en medio de la clase, ni siquiera como estimulante contra el sueño que tuviéramos.

Creo que no hay día que no vaya a la universidad y no me tome un café, ya sea de la cafetería ‘para llevar’, o de máquina. Además de que reconozco que tengo cierta adicción, pues me suelo tomar una media de cinco cafés al día, los necesito para despertarme, pues lo malo de querer aprovechar las noches es que por las mañanas estás de capa caída. Ahora, incluso, que llega el invierno y hace frío, vienen bien para entrar en calor y calentarse las manos. Pero, y aunque pase una de cada cien veces, si se te vierte, lo pasas mucho peor que cuando te mandaban llevar veinte chicles a clase.

Ayer nos pasó a una compañera y a mí. Pusimos todo perdido. Mi libro se salvó de milagro, solo se manchó un poco la portada. No sé por qué, al mirar la mesa inundada, se me pasó por la cabeza el Río Garona, que atraviesa Burdeos, tal vez porque lo relacioné con el color tan embarrado de sus aguas. El suelo del aula se puso todo perdido cuando el café comenzó a gotear. Nuestra ropa se salvó también por los pelos. Por suerte, nos dejaron un paquete de pañuelos y los utilizamos a modo de esponja, ya estábamos a punto de utilizar compresas que empapan más. En medio de todo esto, se estaba dando una clase, pero claro, después de semejante escena, entre fotitos para el Twitter y las risas de la tensión del momento, ¿quién puede volver a concentrarse y seguir la explicación? Al final, va a tener razón Ana Botella: Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor, porque en clase, si se te cae, más bien resulta estresante.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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