¿Qué es mejor, tener frigorífico o tener wifi? Tal y como estamos de enganchados a la tecnología en pleno siglo XXI, muchos preferimos poder conectarnos a Facebook, Whatsapp o Twitter que beber leche fría.
Estoy en Montemor o Novo, un pueblo del Alentejo portugués donde estamos participando 16 jóvenes en un curso trasfronterizo, Agita, promovido por Casa de Harina, que se va a lleva a cabo durante 15 días, la mitad aquí, la otra mitad en Los Santos de Maimona por parte extremeña. Nos han dividido en dos casas. En una se encuentran las personas a las que les gustan los números impares, y en la otra, en la que yo me encuentro, estamos los que nos gustan los números pares.
He tenido la buena suerte de que la casa ‘par’ es la que tiene router wifi para conectarse a internet porque aquí las tarifas de datos de los móviles las tenemos desactivadas para que no nos peguen las compañías telefónicas el sablazo, aunque la parte negativa es que estoy rodeada de fumadores. Pero vamos, que yo por poder quitarme el mono de estar un ratito en las redes sociales viendo o subiendo fotos, asumo el hecho de convertirme en fumadora pasiva por unos días.
La experiencia está siendo muy positiva. He de reconocer que yo venía con un poco de miedo, entre otras razones, por no saber defenderme con el idioma y porque nunca me he considerado buena en habilidades sociales. Sin embargo, somos un grupo de jóvenes muy singulares, con diferentes estudios, aficiones, e incluso gustos por la comida, y eso, a la hora de la verdad, hace que nos aportemos más unos a otros, que, a fin de cuentas, es en lo que consiste esto, en agitar ideas.
Yo, como buena estudiante de Filología Hispánica, me he propuesto aprender a diferenciar esos sonidos consonánticos portugueses que tanto se parecen y que nunca he sabido diferenciar, como el caso de las eses. Empiezo a tener complejo de serpiente en Portugal. Por otra parte, yo a ellos les estoy enseñando a distinguir el acento en las palabras españolas, explicándoles la diferencia entre aguda, llama y esdrújula, pero todo esto no os imaginéis que lo hacemos en plan formal ,e incluso con pizarras, sino tirados en el suelo del salón en unas mantas que hemos echado y en las que nos reunimos a la hora de la siesta o por las noches a conversar.
Ya he aprendido bastante para llevar solo dos días. Empiezo a soltarme en portuñol, y eso para lo mal que se me dan los idiomas y para lo vergonzosa que soy, es un gran avance. Tal vez se deba a que el café portugués sea tan bueno que gracias a él haya perdido la timidez. Desde luego, me tomo mínimo tres al día. De aquí, o salgo empachada, o salgo cafeinómana perdida.