El jueves pasado, en la conferencia que abría el nuevo curso de la Escuela de Letras de Extremadura, Luis Landero consiguió devolverme las ganas de escribir. No es que las hubiera perdido, pero sí es cierto que, a veces, necesitas que un escritor consagrado te dé unas buenas lecciones sobre cómo se hace literatura para demostrarte que tú la estás haciendo o, por lo menos, la estás intentando hacer.
Lo que más grabado se me quedó en la memoria de lo que dijo Landero fue la frase: “El arte de escribir y el arte de observar”. Mucha gente piensa todavía que la buena literatura es escribir textos difíciles, enrevesados, con un rico léxico y una sintaxis perfecta sobre temas abstractos, no en el sentido de que sean inmateriales, como el amor o la felicidad, sino en el sentido de que, aunque nos atañen, los vemos (observamos) lejanos, como la crisis, la Doctrina Parot y todos esos temas de moda sobre los que es relativamente fácil opinar porque todos tenemos un juicio de valor. Pero… ¿Y describir? ¿Dónde dejamos esta parte tan importante de la escritura?
Landero contaba en la conferencia que él mandaba a sus alumnos escribir relatos en los que les hacía hurgar en su memoria, mirar en su pasado, en sus recuerdos, porque es lo que realmente nos hace originales a la hora de contar una historia. Este tema me hizo reflexionar especialmente por dos razones: la primera porque me mata cada vez que alguien me insinúa que soy egocéntrica por escribir de cosas que me suceden, aunque me lo digan de broma. ¿Si no escribo de mis propias vivencias y experiencias, de mi manera de ver y observar la vida, de qué escribo, de temas que desconozco, me invento historias que les sucedan a otros? Y la segunda razón por la que reflexioné fue porque así, de repente, me di cuenta de que ya estaba en cuarto de Filología Hispánica, a un paso de terminar la carrera, y no he tenido que escribir ni un solo texto literario que me haya obligado a bucear en mi cajón de recuerdos. Todo lo que he tenido que entregar han sido trabajos de investigación con libros, varios resúmenes y algún que otro ensayo.
De hecho, creo que gracias a Luis Landero he vuelto a recuperar el significado de la palabra literatura, que tan olvidado tenía. Tras cuatro años aprendiendo a saber literatura, pero no a hacerla, es normal que llegase a tener dudas sobre si mi manera de escribir era correcta.