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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Porvenir atmosférico

Me pierden los amaneceres, los atardeceres y todos esos momentos del día en los que el cielo se baña de colores y formas llamativas. En ese sentido, soy un poco cría, me atraen los juegos, las mezclas, de colores cálidos y fríos, de nubes más oscuras en contraposición con otras más claras, sobre todo cuando se funden en el horizonte con las montañas.

Sin embargo, tanta sensibilidad hacia este tipo de fenómenos visuales atmosféricos no es tan buena como parece. Soy débil a las tentaciones, me cuesta resistirme a disfrutar de los placeres y este semestre, que me había prometido a mí misma comenzarlo con buen pie, los amaneceres tan alucinantes que veo desde que salgo de casa hasta que cojo el autobús en la Cruz para ir a la universidad, me están haciendo difíciles las mañanas y más dura aún la asistencia a clase.

El año pasado por estas fechas, recuerdo que cada vez que llegaba a la Cruz y el autobús no estaba y tardaba un poquitín más de la cuenta, al final nunca montaba. Cogía la cámara, ponía mis pies en marcha y me dejaba llevar por el movimiento de las nubes (acordándome de Azorín) o por el naranja de la salida del sol (rememorando el cuadro de Monet), que me daba contraluces perfectos, aunque el impresionismo no formase parte de mi técnica a la hora de retratarlos.

El jueves, a las ocho y media de la mañana, casi beso el suelo. Salía tarde de casa. Era una de esas mañanas en las que al despertador (del móvil) le has dicho: “Cinco minutos más”, y se han convertido en veinte. Llevaba el pelo mojado de no haber tenido tiempo para secármelo. Justo al salir de casa, con el día aún un tanto oscuro, vi a lo lejos cómo una especie de ola marrón y naranja destacaba en el cielo. Sabía que no podía pararme a sacar la cámara, que tenía que correr para llegar a la presentación de una asignatura a tiempo, porque realmente, yo sí creo que el primer día, a pesar de que no se hace nada importante, es el más interesante del curso de cara a captar el rollo del que van los profesores y las asignaturas.

Probablemente, si me hubiera cogido un cielo así el curso pasado, ni me lo hubiese pensado: hubiera dejado las clases para otro día. Sin embargo, aunque fue duro, no me quedó más remedio que sacar la cámara, casi sin parar de andar, de la mochila, hacer una instantánea casi en movimiento, tropezar sin llegar a caer al suelo, recogerla, mirar al asfalto y coger el autobús pensando que, por disfrutar de una mañana fotografiando Cáceres con tonos de cielo bonitos, podría complicarme desde el comienzo el segundo semestre y tener un porvenir nublado tirando a negro, cosa que tampoco me apetece retratar, por muy interesante atmosféricamente que pudiera ser.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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