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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Las pulseras de gomitas

Hace unos años, era raro ir por la calle, encontrarse a un chico o una chica joven, mirarle la muñeca y que no tuviese una de esas pulseras que entraban en las bolsas de golosinas, que estaban hechas de tela y que traían una frase, en su mayoría, bastante cursi, del tipo: “Cuando diga te amo…”. Aún conservo una en modo cuerda, que engancha una etiqueta con mi nombre a una maleta.

También recuerdo haber tenido esta sensación de moda globalizada pasajera con unas pulseras que eran de goma y que también traían frases escritas, aunque estas eran más rollo psicológico y autoayuda, del tipo Paulo Coelho, ese señor que raramente no aparece como referencia en una de cada tres frases de Twitter.

Tampoco es fácil olvidar la época en que la moda era llevar unas pulseritas como de madera, pero que yo creo que en realidad eran plástico malo, que tenían unas imágenes de vírgenes y santos pegados alrededor de la pulsera. Según decían, era un amuleto que daba suerte, que te protegía. A mí me dieron una y conforme llegué a casa la tiré a la basura. Será por eso que me ha castigado el supremo y ando con muletas…

Del mismo estilo, también hubo otra época en la que llevar pulseras como con ojos, muchos, muchos ojos, más que algunas arañas de esas que dan mucho yuyu, también se puso de moda. No sé exactamente cuál era su función, de qué te protegían, pero sí recuerdo que las bolitas estaban unidas por una gomita muy fina y raro era que no te la cargases en uno de esos momentos que estás nerviosa, te llevas cualquier cosa a la boca, la rompes sin querer y los ojitos salen disparados por el suelo. Y a ver quién es el guapo que los encontraba todos luego para recomponerlas.

Unas que odiaba muy, muy mucho, eran unas como plateadas, pero que cada vez que te metías en la ducha o en la piscina sin darte cuenta, salías del agua con la muñeca más sucia de lo que podías tenerla antes de bañarte, porque se desteñían y no solo se conformaban con quedarse oxidadas.

Este año, lo están petando las pulseritas de gomitas de colores, esas con las que hace años, recuerdo haberme llenado la cabeza de trencitas sin dejar un solo pelo. Creo que, estéticamente, fue uno de los peores errores que he cometido. Tantos años en el mercado dándoles uso de coleteros y ahora a algún iluminado le ha dado por meter en el mismo paquetito de las 100 gomas un broche y una especie de gancho, y las fórmulas de creación que han salido a la luz, ahí están los tutoriales de Youtube, son infinitas. 

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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