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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Cáceres huele mal cuando llueve

Es curioso cómo el olor de la lluvia puede vivirse de una manera tan diferente dependiendo de si estás en el pueblo o en la ciudad. Que no es por generalizar, pues tampoco sé cómo son los días lluviosos en otras ciudades españolas, pero los de Cáceres me los conozco de sobra, tienen un olor particular y nada agradable.

Cuando llueve y estoy en el pueblo, aparte de un fuerte dolor de cabeza que me produce el mal tiempo, me pongo triste, me vuelvo melancólica, aunque eso no quiere decir que me quede en casa encerrada. Este efecto me lo provoca el olor a tierra mojada, un aroma que me sacia, que me gusta, tan nostálgico y que tanto me recuerda a la infancia, a tardes de refugiarse debajo de alguna encina por el campo cuando ibas con la bici y la lluvia no cesaba, a tardes de otoño mirando desde la ventana de la habitación esperando a que parara de caer agua para jugar con los amigos en la calle, o a días de esos en los que tu madre iba a buscarte a la salida de la escuela en coche porque las calles parecían una cascada.

Sin embargo, los días que llueve en Cáceres, más que tener nostalgia y recuerdos del pasado, lo que no tengo son ganas de salir a la calle, a pesar del juego que dan esos días para fotografiar. Ayer iba a las siete de la mañana camino de la Cruz, a coger el autobús para bajar a la facultad a hacer un examen, y me alegré de no haber desayunado más que una pequeña taza de café, pues de haber tomado algo sólido, probablemente lo habría vomitado por el olor tan asqueroso que se respiraba en la calle. Era una mezcla de humedad, que se te pegaba al cuerpo, mezclada con un aroma a alcantarilla con aguas estancadas, a comida putrefacta y a caca de perro recién pisada.

Pero no ha sido algo puntual, ni un hecho aislado de una mañana, llevo viviéndolo desde que estoy en Cáceres hace ya casi dos años. De hecho, la tarde antes, iba camino del piso de una compañera de clase para preparar un examen y, tras anestesiarme con el mal olor de la lluvia, que en Cáceres para nada huele a tierra mojada, el aroma se me metió en la nariz o debió de pegárseme al cuerpo, porque cuando llegué a mi destino y subía en el ascensor, estuve todo el tiempo obsesionada mirándome los zapatos, pensando que había pisado una caca de perro. Pensándolo ahora bien, tal vez no hubiera estado mal, pues dicen que da suerte y mucho de eso necesito yo para poder aprobar los exámenes que me quedan e irme a Roma. Y total, sin pisarla, tuve que aguantar el mal olor sin ni siquiera poder restregar las zapatillas en la hierba para librarme de él. Que no llueva más, por favor, hasta que vuelva al pueblo.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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