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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Solita en Roma

Ayer tuve un día duro, me dio el bajón tras tanto subidón y tanto no parar de ir de aquí para allá. Desde el miércoles que salí de Cáceres en autobús, he tenido los nervios a flor de piel, he estado con mucha tensión en todo momento, pendiente de no cometer errores que pudieran complicarme el viaje, como que me cerrasen la estación de Sevilla de noche antes de que llegase, y por tanto también la consigna, y no pudiera sacar la maleta para llevármela en el avión, o que me quedase dormida leyendo toda la noche en el aeropuerto, cosa que pudo pasarme perfectamente.

La tarde fue muy intensa, porque en Sevilla disfruté paseando y fotografiando por los alrededores de la Giralda, la Torre del Oro y la Maestranza. Esa noche, en cambio, sufrí, tirada en el suelo del aeropuerto unas ocho horas por estar cerca de un enchufe para cargar el teléfono, a la vez que me entretenía con la longeva historia de amor de Max Costa y Mecha Inzunza, escrita por Pérez Reverte (“El tango de la guardia vieja”). A las 4 de la madrugada, decidí sentarme en los sofás de espera acolchados y fue el peor error que pude cometer, pues cerré los ojos sin darme cuenta y menos mal que había puesto antes varias alarmas para facturar la maleta grande, si no, a lo mejor no me hubiera despertado después del cansancio de todo el día y habría perdido el avión.

El jueves mi casero fue a buscarme al aeropuerto temprano y, tras esperar a que hiciese unas compras en un supermercado y quedarme dormida en su coche, llegamos al piso donde estoy alojada. Conforme firmé el contrato y me dio las llaves, desaparecí de casa y me fui en metro a Ikea, que está muy lejos del centro de Roma, a 18 paradas de donde vivo, con transbordo de línea incluido. Necesitaba sábanas, edredón, perchas… Útiles que no podía traer de España porque me aumentaban el peso de la maleta y tampoco sabía de qué tamaño los iba a necesitar (por las dimensiones de la cama). La vuelta de Ikea en metro fue curiosa porque presencié una semi pelea entre un transeúnte que pedía dinero y un chaval que le vacilaba. Se hizo hueco en el medio del vagón, el mendigo tiró su bolsa al suelo, puso los puños a la altura del pecho y dijo algo así como ven aquí si tienes huevos. El chico se levantó del asiento y se fue mientras el otro se acordaba de su madre. Pasé bastante miedo.

Al llegar a mi parada de metro correspondiente, Tiburtina, por donde vivo, estuve como media hora buscando la salida adecuada hacia mi calle. No es tanto el tiempo comparado con que en Ikea estuve como dos horas buscando las sábanas, que además no sabía cómo se decían en italiano y cuando preguntaba por ellas, nadie entendía lo que necesitaba.

Llegué a casa ya anochecido. Mis compañeros de piso no sabían que yo estaba aquí alojada porque estaban trabajando cuando llegué por la mañana y no los habían avisado. Me encontré a uno pasando el salón sin camisa camino de la ducha y se quedó alucinando al verme, sin palabras. Aunque sin palabras me quedé luego yo al ver cómo dominaba el español sin haberlo estudiado, cuando yo llevo un año ya con italiano y me cuesta decir tres palabras seguidas. Tras hablar un rato con él, colocar las cosas en mi habitación, poner la ropa en el armario, etcétera, caí rendida en la cama.

Así que ayer cuando me desperté y no sabía qué hacer, a dónde ir ni con quién quedar para tomar algo o dar una vuelta, como suelo hacer en Cáceres, me dio el bajón. Me pillé un metro, me fui a sentar frente al Coliseo y desde allíí, a andar por donde me llevase el cuerpo. Reconozco que era raro, y aunque iba con mi cámara, me sentía sola, solita en Roma, cruzándome con grupos de chavales jóvenes que reían, parejas tumbadas en parques, niños comiendo helados… Por la tarde volví a casa angustiada, con ganas de hablar con alguien, de intercambiar unas palabras, pero mis compañeros no estaban.

Estos días de adaptación están siendo tan difíciles de digerir como este post por tantos momentos y circunstancias por las que he pasado y que os intento resumir.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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