Los paraguas aquí en Roma son baratos normalmente cuando te los venden por la calle de forma ilegal, sin embargo, yo siento que algún día me van a costar un ojo de la cara, literalmente.
Flipo con la facilidad que tienen los vendedores ambulantes por cambiar las carcasas de los móviles y los foulars de colores por los paraguas y chubasqueros cuando se avecina una buen chaparrón. Vamos, creo que ni los hombres del tiempo de cuando yo era chica, Maldonado y Montesdeoca, tenían tanta facilidad para acertar y saber en qué momento iba a llover.
Pasear por Roma los días de lluvia es como participar en una carrera de obstáculos. Eso de que a una no le mole portar paraguas suena raro y cuidado como te vean caminando tranquilamente sin uno por la calle. A partir de ese momento eres su presa a batir y todos los vendedores ambulantes te perseguirán hasta que no puedas más y desistas en tu empeño por ir como Gene Kelly, mojándote, pero sin cantar.
Dudo realmente que tras el invierno que se avecina pueda volver con mis dos ojitos sanos y salvos a Extremadura. Yo pensaba que aquí con la lluvia se hacía vida normal, como en España. Sin embargo, anoche me enteré, por casualidad, de que hoy no tengo clase por el mal temporal, ya que las escuelas y las universidades estarán cerradas todo el día.
Pero claro, en casa encerrada no me voy a quedar. Y si es peligroso que te metan un paraguazo en el ojo un día con poca lluvia, imaginaros uno con tanta alarma. Aquí no hace falta ni criar cuervos, solo que caiga agua.