Viajar a Atenas en calidad de estudiante es una de las mejores determinaciones que se pueden tomar estando de Erasmus y teniendo cerca un aeropuerto con compañías de bajo coste como Ryanair. No digo esto porque la ciudad de por sí ya sea barata, con la que tiene encima por culpa de la crisis, sino porque la oferta cultural gratuita que se da a los portadores del carnet de estudiantes es increíble.
Para empezar, ya el traslado desde el aeropuerto al centro de la ciudad en bus te cuesta la mitad que al resto de turistas (2.50€). Sin embargo, lo que no esperas encontrarte es ver gratuitamente la Acrópolis, el Partenón, el teatro de Dionisio, el Templo de Zeus, el Ágora Romana y Antigua, el cementerio Kerameikos y la Biblioteca de Adriano, que en una entrada normal cuestan 12€. En Roma, para que os hagáis una idea de la diferencia, ver el Coliseum por dentro, el Foro y el Palatino, con el carnet de estudiante te descuenta de 12€ a 7,50€. Lo más parecido a lo de Atenas, o sea, lo de hacer visitas turísticas gratis, es ir el último domingo de mes a los Museos Vaticanos y el primer domingo a las excavaciones de Ostia Antica, a los museos públicos y también al Coliseum.
En Roma, el billete de metrobús normal por 100 minutos cuesta 1.50€, da igual a qué te dediques y la edad que tengas. En Atenas, el precio base es de treinta céntimos menos, pero si eres estudiante además, pagas la mitad, o sea, 0,60€. No es que sea muy necesario a la hora de desplazarse para ver los emblemas de la ciudad, porque están todos prácticamente cerca, en el centro, pero para los estudiantes Erasmus que vamos de fuera llama la atención y es normal que les tengamos cierta envidia a los que estudian ahí con la misma beca.
Lo único que no les envidio es el idioma. No lo he pasado peor en mi vida intentando pronunciar palabras irreproducibles y letras que no sabía qué sonido tenían. Por suerte, la gente ya debe de estar acostumbrada y, sin entenderte bien, te orientan con gestos y movimientos de manos hacia cualquier lado. El problema llega cuando vas a comer. Entré en un bar a pedir un bocadillo y como había que sacar el ticket en otro sitio alejado del mostrador donde había visto el que me gustaba, no había forma de decir su nombre y que me entendiesen ni de señalarlo. Era muy barato y estaba muy rico, pero pasé un mal trago hasta que conseguí poder tomarlo.