Hasta ahora no me he atrevido a contar las verdaderas historias curiosas que estoy viviendo, tal vez por eso de “Cuando siento no escribo” que decía Bécquer o tal vez porque desde que mi madre tiene Facebook me da vergüenza que pueda leerme e incluso preocuparse con mis hazañas. Pero lo cierto es que no me apetece contar chorradas de viajes, ni lo baratos que son algunos destinos ni lo bello que es pasear por los canales de Venecia, quiero disfrutar describiendo mis peripecias como disfruto viviéndolas.
Estas semanas me han pasado cosas muy raras, y empezaré por la más cachonda de todas: saludar a mi primera suegra. Para quienes me conocen bien, saben que Carol y el concepto de libertad son sinónimos. De ahí que ya de por sí lo de tener suegra suene un poco raro, pero me explico a continuación.
Digamos que hace cosa de un mes conocí a un chico tunecino, de 26 años, a las puertas de un Mcdonalds. Me pareció ‘salao’, con su cresta a lo Cristiano Ronaldo, sus pantalones caídos, sus calzoncillos al aire, su cara de niño bueno… vamos, muy lejos de mi prototipo masculino. Quedamos un par de veces para dar un paseo, tomar unas cervezas, cenar unas pizzas… Al tercer día tenía puesta la foto de perfil de mi whatsapp en la pantalla principal de su móvil, me hacía cosquillas como intentando juguetear, me gritaba frases amorosas de una punta a la otra del metro cuando ambos teníamos que tomar direcciones opuestas, me mandaba corazoncitos por la noche…
Era un chico normal, había estudiado cuatro años de medicina en Túnez, pero aquí no se los convalidaban y trabajaba como terapeuta ocupacional. La felicidad para él consistía en la tranquilidad, en trabajar los días de entre semana, salir a dar un paseo y a tomar una caña y esperar a que llegase el sábado para ir a bailar reggaetón a algún pub de la zona de Testacio. Para cualquier otra chica imagino que hubiera sido una joyita.
A la semana ya había pasado de mandarme corazoncitos por el Whatsapp a enviarme anillos, había pasado de invitarme a tomar una cerveza en un bar, a cenar en su casa; y lo más preocupante, había comenzado a controlar mi vida, a marcarme horarios, a preguntarme si me había hablado por la calle algún chico e incluso a intentar darme dinero para que comiese en la universidad. Lo que me hizo petar fue que una noche, mientras cenábamos en su casa, me presentó a su madre por skype, diciéndole que yo era su chica. Imaginaos por un momento mi cara cuando, tras decirle a su madre que yo era su novia, toda su familia se acercó a la cámara y de repente vi a unos 10 moros mirándome con cara de estupefacción, como si fuera un caramelito.
La semana siguiente estuve escapando de él, inventándome un horario universitario exagerado, argumentando excesivo cansancio. No quería hacerle daño porque se había portado genial conmigo y me parecía un chaval que necesitaba mucho cariño, pero cada vez que recordaba que su madre al despedirse me había invitado a pasar las navidades en Túnez, me ponía mala, aunque a la vez me descojonaba. Era todo tan surrealista en poco más de dos semanas. Determiné dejarlo a la antigua usanza: no eres tú, soy yo, te mereces una chica mejor…
Pero nada, a día de hoy todavía sigue escribiéndome diciendo que me ama. Yo, sintiéndolo mucho, no contesto, no creo que uno pueda enamorarse en tan poco tiempo.