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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Iphones 6, ambiente mafioso, un descapotable y mucha adrenalina

Hace unas semanas conocí a un italiano de película. Yo estaba dando clases particulares de español y creo que utilizó eso como excusa para conocerme y acercarse a mí. Con 25 años tenía un C2, el máximo nivel, vamos, que hablaba más correctamente que yo.

El primer día que quedamos se empeñó en venir a buscarme a casa en coche para llevarme a tomar algo y conocernos, como ya digo, con la excusa de estar interesado en recibir lecciones. Como no me fiaba y aquí nunca quiero que nadie sepa dónde vivo, quedé con él en por la estación de Termini, que a partir de las diez de la noche no suele ser recomendable. Ese día, además, acababa de dar mi primera clase de español a un cardiólogo y estaba pletórica.

Tardé yo más en reconocerlo que él en llegar. Bajó de un coche increíble, un descapotable de unos 50 millones (me dijo después que costaba eso). No me pregunten marca porque no entiendo. Su español era perfecto, pronunciaba las eses incluso mejor que yo. De hecho creo que desde ese día, él tiene la culpa de que haya perdido mi aspiración extremeña y hable como si fuera de Valladolid.

Me contó que era ingeniero, que llevaba trabajando desde los 19 años gracias al enchufe de su padre y que me quería conocer porque estaba harto de gente rica y estirada. Alucinaba cuando yo le contaba mis viajes precarios en Ryanair y Blablacar. Me resultaba curioso que  me envidiase por mis locuras y aventuras cuando él tenía una vida realmente envidiable, habiendo vivido y viajado por todas partes con tan corta edad. Entonces comenzó a soñar con viajar conmigo en plan low cost e incluso me propuso pensar en hacer algún viaje juntos.

Me llevó a una calle céntrica a tomar un cóctel. Aparcó en un sitio donde no se podía aparcar, pero decía que siendo él sí que podía. Luego entramos en un bar muy lujoso, donde los camareros lo abrazaban y hablaban con él como si fueran hermanos. A mí, en realidad, lo que me tenía impresionada era el suelo, que ibas caminando y unas burbujas se iban moviendo según tus pasos. Nos sentamos y en las sillas y la mesa sucedía lo mismo: apoyabas las manos en ella y las burbujitas se movían.

Abrí la carta y casi me desmayo: el cóctel más barato costaba 15 pavos. Los había de todos tipos y, según me contó, el barman que tenían era el mejor de Roma. Cuando estábamos decidiéndonos, entró en el mismo bar un señor muy trajeado con una puta de lujo, según me contaron él y el barman entre risas. La chica era estilizada y guapísima, y para nada vestía como una señorita de compañía.

Luego salimos del bar y me dijo que si podía acompañarlo a por unos iphone 6, que acababan de salir, para sus amigos. Entonces, a las tantas de la madrugada, presencié una escena típica de mafia italiana que no me atrevo a contar, pero con la que se llegan a entender muchas cosas. Lo cachondo fue que en una mano llegué a estar sujetando tres iphone 6 mientras que en la otra tenía mi Huawei con la pantalla hecha añicos. Esa noche empecé a comprender cómo funciona esta ciudad y por qué, por ejemplo, en una calle normal te puede costar un bocadillo nada especial 4 euros.

Reconozco que todo esto fue muy, muy excitante, sentía cómo se me disparaba la adrenalina y serían las 3 de la madrugada de un día entre semana, pero no quería volver a casa. Entonces me llevó por el Vaticano con el descapotable abierto, después por las calles más importantes, por las que de día en coche no se puede pasar porque están cortadas por temas de turismo. Después fuimos a su garaje porque quería terminar de sorprenderme: me enseñó sus otros dos coches y sus cinco motos, tres utilizables y dos reliquias antiguas.

Después, paramos a tomar una cerveza en un bar muy rockero y para finalizar la noche, terminamos desayunando en una pastelería bajo tierra que si no sabes que está ahí no la ves. El típico lugar italiano con precios increíbles: cruasanes a 0,30 céntimos, cosa que no he visto en ningún otro sitio.

Me dejó al lado de casa cerca de las 5, en la calle paralela, y me dio dos besos, en las mejillas. Ni se insinuó ni nada por el estilo en toda la noche, ni lo hizo al final. Me moló muy mucho ese buen rollito.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


diciembre 2014
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