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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Lo que pasa en París, se queda en París

Viaje a París.

Viaje a París.

En el instituto de Arroyo de la Luz, los alumnos de 1º de Bachillerato y ciclo formativo, suelen hacer una excursión por París, Brujas y Ámsterdam antes de Semana Santa todos los años. Yo fui hace 3. Aunque pueda llegar a parecer un viaje cultural, por las diversas visitas a museos, monumentos, etc. no lo es.

El momento más emocionante de esas excursiones no era la subida a la Torre Eiffel, a Montmartre o la visita a la casa de Ana Frank, sino las noches. Dormíamos en hoteles Formula 1 en París, y en Ibis en Brujas y Ámsterdam. Teníamos un lema, que pasaba de generación de generación: “Lo que pasa en París, se queda en París”. Era una frase que hacía que nos sintiéramos libres de actuar sin miedo a que nuestros padres, novios o amigos se enterasen de lo que en la excursión había sucedido.

Cada noche, cada grupo de amigos, normalmente solíamos unirnos por clases, quedábamos en una habitación y entre botellón que compraba alguno que fuera mayor de edad, y porros que sacaban otros, montábamos nuestro propio Coffee Shop.

Yo no aguante esas fiestas más de dos noches. Recuerdo que en Brujas pasé uno de los peores días de la excursión, con los ojos rojos y fiebre. No fumé. Debo ser una de las pocas excepciones de alumnos que hayan ido a esa excursión y no daban un par de caladas a un porro. Hasta los más tímidos de la clase se animaban a probar.

Estuve un par de días mal. Las personas que tienen los ojos claros deben comprenderme, el humo me afectaba demasiado y los ojos me escocían. A partir de ahí, mis noches se redujeron a ir de fiesta un rato y antes de que el ambiente estuviera cargado de humo, me iba. A mí, sin embargo, lo que más me gustaba era la organización, cómo colocaban un preservativo en el techo donde estaba la alarma de incendios para que el humo de los porros no llegase, o cómo nos escapábamos de las habitaciones cuando los profesores nos vigilaban.

No había vuelto a sentir esa experiencia de sentirme colocada con el humo de los porros hasta que Alonso de la Torre y yo entrevistamos a Vito Íñiguez, el cantante de Sínkope. Fue una de esas entrevistas especiales, en su lugar de ensayo, algo oscuro, pero que daba más realismo a la grabación en vídeo.

Recuerdo que a medida que la entrevista avanzaba, más porros fumaba Vito y yo más me colocaba. Creo que ha sido la entrevista en la que más me he relajado, porque su forma de hablar tan pasota es muy parecida a la de mis amigos y porque el espacio era tan pequeño que parecía que estábamos haciendo un submarino.

Ese día, cuando terminamos la entrevista, hicimos el primer montaje de Cáceres insólita en la biblioteca de Mérida. Cuando estaba poniendo los subtítulos a las declaraciones de las monjas, me acordé de por qué había decidido yo tras volver de aquella excursión del instituto que no volvería a estar cerca de un porro. ¡Cómo sufrí para transcribir cada frase!

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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