Cáceres insólita está formado por un dúo muy singular. Alonso de la Torre se encarga de la parte culta y seria, yo en cambio, opto más por la diversión y la originalidad. Cuando hacemos una grabación, el aporta la historia, los datos… y yo esos matices que hacen el reportaje más ameno.
Reconozco que mi imaginación no tiene límites, que si por mí fuera Alonso acabaría pareciendo un actor de Muchachada Nui. Él en cambio me enseña el valor de la palabra prudencia, para no pasar la barrera a la que tanto miedo tiene y convertirse en friki.
Ya me protestó en el primer reportaje, cuando en la última toma lo obligué a ponerse el cilicio que le vendieron las monjas. Aquel día pensé que no aguantaría más de dos grabaciones con él, pero con el tiempo aprendí que tengo que tener paciencia: al principio se enfada, pero luego piensa, recapacita y acepta.
En el segundo reportaje que hicimos, mostrando que el multiusos era un buen espacio tanto para deportes como para conciertos, Alonso no quería ponerse la camiseta del Cáceres de baloncesto, algo que nunca entendí ni entiendo todavía. Él siempre me decía que cuando crezca y sea mayor, entendería su actitud prudente y yo para picarlo y convencerlo lo llamaba abuelo.
Una de las escenas que más presentes tengo en mi cabeza y que más le avergüenza, es aquella que grabamos en “Cinco sentidos”, cuando Cristina, la dependienta, le hacía cosquillas con una pluma y Alonso decía con voz de estar sintiendo mucho placer: “¡Qué bien lo haces, Cristina!”.
El momento de la entrada al prostíbulo de la Plaza Mayor de Cáceres también fue algo espectacular. Incluso creo que hubiera sido más emocionante una grabación de la propia grabación. Quedamos una hora antes y entramos en la tetería árabe que está justo al lado de “Los bohemios”, nuestro destino. Tomamos un té y Alonso empezó a ponerse nervioso. Comprobamos que la cámara oculta no se notaba. De repente, me dijo: “Cronometra 10 minutos y si no he salido, o entras a buscarme o llamas a la policía”. Cuando salió por la puerta, me quedé mirándolo fijamente, como si corriera el riesgo de no volver a verlo nunca. A los dos minutos regresó, con una sonrisa de éxito que yo, con lo nerviosa que estaba, no sabía si había triunfado en la grabación o con las chicas.
La verdad es que Alonso ha tenido miedo a hacer grabaciones insólitas como escalar la cuesta del Marqués con una bandera y coronarla o dormir dentro de un saco en ella, pero al final nos hemos reído tanto que cuando se nos ocurría algo similar en un reportaje, teníamos fuerzas para realizarlo. En Puerto Rey, un pueblo de 25 habitantes, una parte perteneciente a Toledo y otra a Cáceres, nos encontramos con un parque infantil vacío. Aprovechando los ladridos de un perro, que daban más sensación de soledad, le propuse a Alonso que jugara en el parque como si fuera un niño. Si esto se lo hubiera propuesto al principio, se habría opuesto, pero gracias a que me he ido consolidando como la original del dúo y me he ganado su confianza, ya no protesta.
De noviembre a julio he conseguido disfrazarlo de lobo, de mendigo y de Jesús Quintero. El día de la Patatera, en la estación de autobuses, con mi disfraz de carnavales de lobo, Alonso revolucionó el ambiente, y los jóvenes que esperaban aburridos la llegada del autobús para ir a Malpartida, incrédulos y confusos, pensando que era una cámara oculta, no podían evitar mirarlo y reírse. Aunque más confusos estaban los señores que reconocieron a Alonso, disfrazado de mendigo, cuando pasaban por la avenida de Alemania en sus coches, paraban en el semáforo y lo veían vendiendo pañuelos, estampitas y mecheros. Sin embargo, cuando Alonso se disfrazo de Jesús Quintero “El loco de la colina”, eran los niños los que no le quitaban la mirada de encima. La escena era total porque con el viento que hacía, la peluca se le caía y le dejaba partes de la cabeza al descubierto y otras partes con pelo.
Han sido momentos mágicos, de esos que nunca se olvidan. Para mí, más que darle el título de friki a Alonso, le han dado un aura especial y ha demostrado su valentía. Desde julio que hicimos la última grabación, siento que he perdido la sonrisa. Solo espero que cuando llegue septiembre, después de un mes sin vernos, él no haya recuperado su prudencia.