Las situaciones más extrañas llegan cuando menos te lo esperas y es en esos momentos cuando yo me maldigo por no llevar encima la cámara de vídeo. El viernes, si no es porque Alonso de la Torre está de vacaciones, en paradero desconocido, lo hubiera llamado y le hubiera dicho: Cáceres Insólita a la vista.
Sucedió en torno a la una de la madrugada. Yo estaba en la plaza de la Constitución, como la mayoría de los jóvenes de Arroyo, disfrutando de la discoteca móvil. Llevaba allí un rato, iba por el segundo cubata. De repente, cuando formando un círculo estábamos bailando, apareció un hombre abriéndose paso.
Yo nunca había visto nada igual. En noches parecidas he sufrido golpes por peleas ajenas, he visto a guardias esperando a ver chicas orinar en la calle para ponerles una denuncia, pero ver al dueño de un supermercado buscando carros de la compra entre los botellones supera cualquier otra escena.
Y allí estaba aquel hombre, metido en un círculo de jóvenes, agarrado al carro en el que teníamos el botellón y sacando nuestras botellas de él, mientras intentaba llevárselo. En ese momento, toda la gente que estaba a nuestro alrededor, dejó a un lado la música y el alcohol y se centró en aquel hombre que apodamos Manolo Escobar porque le habían robado su carro y lo estaba buscando.
En su caso, fueron más de uno. Con lo sobresaltado que iba, no sé si dijo que le habían robado 30 de 70 euros o viceversa. Sea como fuere, había perdido 2.100 euros. Y allí estaba, sin importarle hacer el ridículo o quedar en vergüenza, buscando lo que era de su pertenencia.
Yo no tenía ni idea de qué supermercado era el carro de la compra donde teníamos metido el botellón, se lo encontró un amigo una mañana hace años al finalizar una discoteca móvil. Pero Manolo Escobar insistía en que era suyo. El carro estaba pintado y forrado con plásticos. Entonces, aquel señor no lo dudó, sacó la navaja, se puso a cortar el plástico y a raspar la pintura, buscando alguna seña de identidad. Hasta que, por fin, se serenó, se fijo en un pequeño detalle, no sé cuál, dirigió su mirada hacia la parte baja del carro y dijo: “No, no es mío”.
A escasos metros de nosotros, había otro grupo de jóvenes con un carro de la compra. No se lo pensó, fue directo a ellos. Mientras tanto, la voz se corrió de un extremo a otro de la plaza de la Constitución, para que todos los que tuvieran carros de ese supermercado fueran a esconderlos.
Escobar buscaba a su Sánchez Gordillo. Y en este segundo caso, se topó con 20. En el carro de la compra, tampoco había señal alguna de que fuera de su propiedad, la marca del supermercado estaba borrada. Pero él lo tenía claro: “Este sí es mío”.
De repente, se fue. Volvió acompañado por dos policías. En ese momento es cuando más eché de menos mi cámara de vídeo. Saqué el móvil, pero con la oscuridad no se veía. Aprovechando que una amiga tenía cámara de fotos, puse en práctica toda esa soltura y facilidad para meterme entre la multitud que me ha enseñado Alonso y me sentí como el día que grabamos el Cáceres Insólita del traslado del mercadillo: pendiente de cada detalle.
Los policías no pudieron resolver nada, Manolo Escobar no tenía pruebas de que ese fuera su carro. Pero él insistió y decidió poner una denuncia. Todo el mundo estaba expectante y a la vez incrédulo. 20 jóvenes casi en fila, cruzando la plaza hasta llegar al ayuntamiento llevando su D.N.I. para la denuncia. Pero no estaban afectados, en el fondo esto animó mucho más la noche.
Al rato, cuando parecía que todo estaba más calmado, volvieron los policías, obligaron a los chicos a vaciar de bebidas el carro y se lo llevaron. Solo fue para hacerle una foto, era la única prueba. Poco tiempo después se lo devolvieron.
Escobar, ante la impotencia, se dejó 7 u 8 carros más por mirar. La última noticia que conocí del caso es que repetía una y otra vez que le habían robado muchos carros, alguien le gritó: “Pringao”, y él se echó a llorar.
Yo estuve el resto de la noche pensando: “Qué historia más divertida se ha perdido Alonso, eso le pasa por olvidarse de mí en verano”.