Mañana me independizo: me voy a mi piso de estudiantes. Estoy ilusionada pero a la vez me da miedo. Va a ser una odisea, un largo camino sin tener a mamá detrás recogiendo todo lo que dejas en el medio.
Mi abuela siempre me ha dicho que el día que me case mi marido me va a devolver a mis padres. Por suerte no me asustan los pensamientos de mi abuela, fuera ya de mis creencias sobre el matrimonio, que nunca llevaré a cabo. Yo reconozco que como ama de casa soy un desastre: nunca he fregado, planchado, cocinado…
Para mi independizarme, más que un sueño es un reto. No me imagino poniendo una lavadora o teniendo en las manos una escoba, pero tendré que hacerlo por supervivencia, no quiero que la suciedad me coma.
Cuando viajo no soy de esas personas que llaman a sus padres con frecuencia, más bien tienen que llamarme ellos para preguntarme. Creo que esta experiencia fuera de casa va a hacer que los valore más y que en más de una ocasión los eche de menos.
Hoy mi madre ha tenido una difícil tarea: enseñarme a cocinar algo. Como no me atrevo a coger una sartén, ya le he dicho hoy a mi casera que no se preocupe, que por mi parte no caerá aceite caliente en la encimera, hemos probado a tirar de microondas, al menos para la primera semana. Solución: tortilla francesa.
He batido unos huevos por primera vez. Al meter la mezcla de clara y yema en el microondas eso ha empezado a crecer y a inflarse, parecía que hacíamos un bizcocho que iba a explotar en cualquier momento. Resultado: comestible. Creo que voy a llevarme una docena de huevos de campo de las gallinas de mi padre por si acaso, para una situación de emergencia.
Mientras aprendo a cocinar con el tiempo, he decidido alimentarme al estilo inglés: “Packed lunch”. Cuando estuve en Inglaterra en un curso de inglés, me hospedaba con una familia. Todos los días por la mañana, antes de irme a clase, mi madre adoptiva me daba una bolsa con un sándwich, un batido, una fruta y una chocolatina. Al principio llevaba bastante mal eso de comer tan poco al mediodía y cenar a las 18 horas de la tarde. Normalmente, cuando salía por la noche, a las 22 horas volvía a cenar. Al final, acabé acostumbrándome al packed lunch.
Fue el año que hubo la pandemia de la Gripe A. La última semana en el colegio que estábamos cogí un constipado. Semanas antes otros compañeros ya lo habían pasado, pero era un constipado normal, de irnos a la playa por la noche, mojarnos y pasar frío. Sin embargo, en el colegio eran muy estrictos y ante el miedo a la Gripe A no nos dejaban asistir a clase. Mi habitación de la casa en la que me hospedaba estaba en una buhardilla, en la tercera planta, al margen de la familia.
Durante los días que estuve enferma no me dejaban ni bajar a cenar por miedo a que contagiase a los niños pequeños (había 3) con “mi gripe A”. Me alimentaba de sandwich, batidos y fruta que me dejaban en la escalera. El día que volvía para España en avión me avisaron de que tuviese cuidado con toser en el aeropuerto a ver si no me iban a dejar embarcar. Me dio tanto miedo quedarme en Inglaterra, imaginarme otra vez encerrada en aquella buhardilla alejada de la civilización, que me pasé el viaje pendiente de no estornudar y maquillándome cada dos por tres para tener buen color de cara. Aquellos días me sentía tan sola que llamaba mucho a mi madre.
Creo que si soporté aquello, que si me acostumbré a comer sandwich llenos de mantequilla (queso con mantequilla, pechuga de pavo con mantequilla, tomate con mantequilla,…) este primer mes puedo comprarme pan de molde, lechuga, jamón york, dan ´up, manzanas… y hacerme mis propios packed lunch, sin mantequilla claro.