En Cáceres Insólita intentamos no ser convencionales y buscar la originalidad. Procuramos no superar nunca la barrera de lo ridículo, para no convertirnos en esa palabra que a mi compañero le da tanto respeto: frikis. Mostramos la realidad a nuestra manera, a gusto de unos y enfado de otros.
Alonso de la Torre no es un colaborador periodístico ejemplar. Me baso principalmente en que se duerme en las entrevistas. Esto lo puede corroborar perfectamente Luis Entisne, un maestro de adultos que vive en La Sauceda y que presenció esta situación. No es el único al que le ha ocurrido esto, pero sí el más original: en vez de ofrecerle un café o una coca cola, se levantó repentinamente y le dio un masaje.
En nuestro caso, se han juntado el hambre con las ganas de comer. Yo tampoco soy una chica ejemplar, pero no solo grabando vídeos, sino en ningún aspecto de mi vida: cuando tengo exámenes, como mucho empiezo a estudiar dos días antes, si no es la noche anterior con un termo de café; al médico habré ido tres veces en toda mi vida, nunca me han hecho unos análisis, ni me han sacado sangre; hago dietas radicales en las que puedo estar sin comer una semana; duermo por el día y por la noche doy vueltas en la cama; prefiero mojarme a cargar con un paraguas, y pasar frío a cargar con un abrigo… La verdad es que me considero una persona bastante inestable. Cuando estaba en la escuela, a veces me daba por hacer la letra muy grande, y otras, muy pequeña. La profesora siempre me decía que no tenía término medio.
Este grado de locura que yo tengo, aunque no lo aparento, y un gran fervor por contar lo que pasa por parte de Alonso, son los que nos llevan a comprar un cilicio a las monjas, a entrar en el bar de pollitas de la Plaza Mayor, a coronar la Cuesta del Marqués o a vender pañuelos, estampitas y mecheros en un semáforo.