Hace 3 años, cuando entré en la Universidad, me llamó la atención la forma de hablar y el acento de dos compañeros de clase, ambos de Fuente del Maestre. Al principio, antes de conocer su procedencia, pensé que eran andaluces, pero al escucharlos con un poco más de atención, caí en la cuenta de que en vez de cecear, hacían seseo. Decían sapato (zapato), cabesa (cabeza), sien (cien), seresa (cereza)… Más tarde, aprendí que los fontaneses eran los únicos de Extremadura que no eran yeístas y algo que nunca había distinguido antes, como era la diferencia entre el sonido de la elle y la ye (y griega), empecé a notarlo.
Cuando conocí más a fondo a Nazaret, mi compañera de clase y de aventuras cacereñas (la misma que me obliga a apuntarme a clases de flamenco y a comprar peces), las horas libres del primer curso de Filología las pasábamos sentadas en las escaleras de la facultad. Primero, íbamos a la cafetería a comprar golosinas para reponer fuerzas y después ya salíamos, buscábamos un sitio tranquilo y conversábamos, algunas veces, en grupo, otras, las dos solas. La primera vez que fuimos a comprar gusanitos, al escucharle pedir un paquete de jumper, no pude evitar reírme. Luego descubrí que lo de llamar a las bolsas paquetes no era lo más raro: a los regalices los llamaba estrautos.
Ahora que vivo en Cáceres, estoy rodeada de fontaneses: voy al 100 Montaditos con ellos, últimamente mucho al Al-Andalus por lo ricas que están las tapas; también hacemos todos los jueves una ruta por los museos de Cáceres, vamos a la tetería árabe, a ver musicales al Gran Teatro, twiteamos los gestos de Bisbal viendo La Voz en Telecinco… y lo último ha sido salir corriendo el martes para llegar a casa de Nazaret, poner Canal Extremadura y ver “Puerta con puerta”, donde salía Fuente del Maestre. Mientras iban apareciendo los personajes más curiosos de su pueblo, ellos iban comentando y yo me sentía como si los conociera de toda la vida. Se veía un primer plano de Aquilino, un clásico de lo extremeño, de Valito, un trotamundos, o de Lorensino, como mis amigos lo llamaban, un hombre que había visto un ovni.
Llevo poco más de un mes con fontaneses en Cáceres y ya tengo que cuidar a veces mi manera de hablar para que no se me escape un seseo o una de sus expresiones más comunes: “¡Avellá!” que quiere decir algo así como: “¡Claro que sí!”. Y lo peor, es que pronto saldrán sin querer de mi boca, por pura inercia, expresiones como: “Es chica” o “chiquina” y no para referirse a algo pequeño precisamente; “ino”, que aún no entiendo muy bien su uso, pero que es muy frecuente, o “mijina”, que ya se me escapó el otro día para decir que me esperaran un poco, “una mijina”.
Aunque sin duda, creo que tendrán que hacerme fontanesa adoptiva el día que esté de fiesta, vayan a echarme un cubata y en vez de hielos, diga que me pongan “gluglumitos”.