Llegadas estas fechas en las que todo el mundo comienza a hacer una lista de buenos propósitos para el año que entra, yo, que no puedo recurrir a dejar el tabaco porque no fumo, voy a tener que hacer algo verdaderamente serio: preocuparme por mis estudios.
Podría decirse que estoy sufriendo las consecuencias de haberme venido a vivir a un piso de estudiantes en un curso complicado, a mitad de carrera, en tercero. Y todo lo que la mayoría de mis compañeros vivieron en primero, con el boom de la independencia que te da vivir sin padres, lo estoy probando en mis propias carnes.
Entre múltiples enfermedades, pasando alguna vez por urgencias, salidas a deshoras, entradas en casa de lado a lado y mi última perdición, la cámara de fotos con la que salgo casi todas las tardes a perderme por las calles de Cáceres, el día que voy a clase o hago algo de provecho es un milagro. Esta situación empieza a preocuparme, bueno, en realidad lo lleva haciendo desde hace algún tiempo, pero soy incapaz de poner remedio.
Hace unos años, en segundo de bachillerato, me sucedió algo parecido. En el primer trimestre me llevé un golpe moral increíble, suspendí seis asignaturas, lo que nunca me había ocurrido. Me desanimé tanto que quise dejar el instituto, ya me veía buscando un ciclo formativo sencillo, que no me diese muchos quebraderos de cabeza. Pero por suerte, un amigo me dio un bofetón y me ayudó a espabilar, haciéndome ver que valía para algo más que reponer alimentos en un supermercado, a lo que mi abuela siempre le hubiera gustado que me hubiese dedicado.
Ahora, pido a gritos otro bofetón, para que lleguen estas navidades y en vez de salir a divertirme, recupere el tiempo perdido. Si en segundo de bachillerato conseguí recuperar las seis asignaturas que me quedaron, este semestre, hasta finales de enero y principios de febrero, tengo tiempo de preparar las seis asignaturas que tengo. Por favor, si alguien me ve haciendo fotografías o tomando cañas, que me dé un bofetón. Mi curso está en sus manos, y nunca mejor dicho.