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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Adiós complejos

 

Soy una chica llena de complejos. Durante mi etapa de adolescente en el instituto sufrí las burlas y mofas de los guays de la clase por mis defectos. Y por mucho que los haya asimilado, no consigo superarlos.

                Cuando tengo que decir alguna palabra que lleva el sonido /r/ fuerte, procuro buscar un sinónimo que me ayude a no emplearlo, porque no lo pronuncio correctamente. No me vibra la lengua en el paladar y se me escapa el aire por los laterales de la boca. En la escuela, en la hora de Conocimiento del Medio, una vez a la semana, me mandaban a refuerzo, para intentar solucionar el problema. En realidad lo único que consiguieron es que odiase profundamente el trabalenguas: “El perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha robado”, de tantas veces como me obligaron a pronunciarlo. Los niños pueden llegar a ser muy crueles. Me decían: di rana, yo decía sapo, di perro, yo decía chucho, di río y yo decía lago.

Otro de los complejos que tenía era el de cuatro ojos. Sí, tenía gafas, aunque lo mío, un ojo vago, cansado eufemísticamente lo llaman algunos, si no es con parches tapando el ojo bueno, no se cura. Tenía que aguantar bromas del tipo: “¿Me estás mirando a mí?”, “¡Estás bizca!”… y todo tipo de barbaridades que prefiero no reproducir. Esto hizo que odiase las gafas de manera desmesurada, no quería verlas ni en pintura. En cuanto salía de clase y llegaba a casa me las quitada, a pesar de que el oculista me exigía leer y ver la tele con ellas.

También tenía complejo de acné, gordita y marimacho. La adolescencia se cebó conmigo y con mi tez, llegándome a convertir la cara en una verdadera paella, de tanto granos como tenía en ella. Lo de gordita, lo llevaba aún peor: formaba parte del equipo de voleibol de Arroyo, todas chicas altas, guapas y delgadas, y me sentía un poco el patito feo. En cambio, lo de marimacho no me molestaba, es más, a día de hoy me alegro de haber pasado mi adolescencia rodeada de chicos, ahora comprendo a los hombres y su manera de ser y actuar mucho mejor.

No recuerdo más complejos que tuviera. Si estuviese aquí alguna de esas personas que tanto me martirizaban, seguro que me recordarían un par más de ellos. A día de hoy, los tres últimos están completamente superados, la solución fue: Clean and clear, deporte, dieta, maquillaje, vestidos y tacones, por este orden. La /r/ poco a poco vuelvo a incluirla en mi vocabulario, ya no me da miedo pronunciarla, he ganado seguridad en mi misma.

Sin embargo, con las gafas, tenía yo una cuenta pendiente. Si les cuento todo esto de mis complejos es porque ha empezado el año y me he propuesto como primer buen propósito volver a usarlas. Parece ser que lo estoy consiguiendo, llevo siete días sin quitármelas, solo para dormir. Me lo debía a mí misma. Ha sido una manera de decir: “Sí, ahora me veo fuerte y segura”, a todos aquellos que me hicieron sentir gris en mi adolescencia. La mayoría de ellos, probablemente, ni se sacaron la ESO.

A mí, el acné, los kilos de más, los motes insultantes, la mala pronunciación y el ojo vago me han dejado secuela psicológica, pero esos niños y niñas que se dedicaban a meterse con los débiles e inseguros más que a estudiar, pronto sufrirán las consecuencias: ellas tendrán las tetas caídas y la espalda destrozada de fregar escaleras, y ellos barriga cervecera de las tapitas del bar y los huesos destrozados de hacer cemento y hormigón, a no ser que encima hayan tenido la suerte de entrar en la ESO de los mil euros.

Cuando me vean la próxima vez, si tienen un poco de dignidad, cosa que espero que les hayan enseñado los años, bajarán la mirada al suelo. Yo espero poder mirar de frente, tras muchos años acomodando mi cabeza para que mi ojo no se viese trabado.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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