Tengo un lema básico: ‘No sé con quién voy a encontrarme el día de mañana’. Me explico: nunca me enfrentaré, insultaré o trataré mal a una persona que no conozco, porque quién me dice a mí que el día de mañana no voy a presentarme ante un jurado para una oposición y va a estar ahí, quién me dice que de esa persona no va a depender mi trabajo, mi casa, mi salud o hasta la de mi gato.
Hace unos días, un colega me comentaba la falta de respeto que habían tenido unas personas con él y lo mal que le había sentado. Prosiguió: ‘Yo agacho la cabeza y aguanto lo que haga falta’, pero esto no se olvida, aquí tienen un enemigo peligroso para toda la vida. Y a mí esto me llegó muy adentro, porque como llevo repitiendo a lo largo de esta semana, para mí el respeto es algo fundamental, y más cuando se trata de personas de edad avanzada.
A mí, de pequeña, cuando veía el fútbol y decía alguna ‘palabrota’ porque me cabreaba, mis abuelos siempre me decían que me iban a lavar la boca con lejía. Y no por confesiones, ni comuniones, ni nada de eso, pues quien me conoce sabe que yo las iglesias las piso por cultura y arquitectura. Pero desde entonces, se me puede escapar algún ‘joder’, un ‘hostia’, en muy pocas ocasiones, o un ‘coño’ muy de cuando en cuando.
Probablemente, dentro de unos días tenga que compartir piso con mi abuela, mientras esté el fontanero arreglando el cuarto de baño. Y ahora, más que lavarme la boca con lejía, lo que lavaremos será el piso al que me he ido a vivir, que llevaba cuatro años cerrado, pero vamos a reabrir. Mi abuela se siente orgullosa de mí, de lo mayor que le dicen las vecinas que estoy (ninguna me echa 20 años). Sobre todo, lo que más les gusta es mi saber estar, la buena conversación que tengo. Así que me veo ya por las tardes tomando café y pastas con ellas. Y como los mayores son la mayor caja de sorpresas y sabiduría que una joven puede tener, yo encantada. Quién me dice que algún día salgo de casa, me quedo la llave dentro y tienen que salvarme de dormir en la calle.