Nunca he entendido por qué los butaneros son un mito erótico. Lo de los bomberos y los policías lo entiendo, pues tienen una formación física que hace que el traje de su profesión luzca mejor , además de que llevan artilugios como es el caso de la porra o la manguera muy recurridos en chistes verdes. Sin embargo, nunca un butanero me ha llamado la atención: ¿Qué va a hacerte con una bombona?
En cambio, el revisor del butano, ese que llama a tu puerta, que viene arregladito, sin sudar por tener que cargar con mucho peso, que trae su libretita en la mano, que te revisa las instalaciones, que habla con tranquilidad, sin prisas por tener el camión en doble fila molestando a los coches que vienen detrás… ese sí que tiene un punto sensual.
Cuento esto porque hace un par de semanas me visitó uno, bastante guapo, muy repeinado, morenito, que me hablaba como si fuese mi colega, diciéndome: “¿Está tu vieja?” Me miraba a los ojos, se atrevía a preguntarme el nombre, a darme conversación, mientras cumplía con sus obligaciones. Vamos, que parecía más un tío que intentaba ligar en un parque dando un paseo que un profesional del gas butano.
Me dijo que volvería este lunes a cambiar algunas cosas, pero como no estuve en casa, me quedé sin ver al mito erótico perfecto en el caso de que algún día tuviese que festejar mi despedida de soltera. El día antes había llamado a “mi vieja” y me dijo que no les volviera a abrir la puerta, que podía ser un timo. Me metió miedo, si no, yo le hubiera seguido el rollo solo por disfrutar un rato de su lenguaje cercano y su verborrea. Al menos, estas posibles estafas, aunque no las lleven a cabo, pueden alegrarle a una el día, no como el caso que conté ayer de las llamadas telefónicas.