Hay un dicho en Montemor, según me comentaron una de las primeras noches que pasé aquí, que dice que hay una calle por la que es imposible pasar sin ser visto. Al principio me lo tomé a broma, ironicé sobre el tema respecto a horas del día en las que pasar, pero luego, después de haberla recorrido en diferentes franjas horarias, puedo certificar que siempre que he pasado por esa calle, había como mínimo una persona, mayormente de la tercera edad, pegada a una ventana observando quién pasaba.
Es precisamente ese control de pueblo lo que acaba haciéndome sentir aprisionada y con falta de libertad en sitios pequeños, donde cada movimiento tuyo es supervisado. El otro día, en el cementerio, no habían pasado ni dos minutos desde que habíamos entrado, cuando ya nos había llamado la atención una vecina del pueblo por hacer fotos dentro. Yo entiendo todo eso de la intimidad de las familias y los difuntos, pero es difícil entrar en un cementerio bonito, donde había hasta una tumba con un ordenador de mármol encima, porque al difunto debía de gustarle mucho la informática, y no sacar una instantánea. Así que, con mucho sigilo y respeto, ante todo, me puse la cámara escondida disimuladamente a un lado y disparé el obturador a lo loco, sin ver las fotos que estaba tomando. Pero, aun así,no podía evitar no sentirme observada, sobre todo por el barrendero del cementerio, que parecía que me perseguía con la mirada a cada paso que daba.
Mañana ya, Montemor echará en falta por sus calles a ese grupo de extremeños que iban montando alboroto con el tono tan alto de sus voces y su manera de atropellarse hablando unos a otros. Mañana, Montemor estará de luto, volverá a quedar en silencio o, al menos, a falta de voces a deshoras. Mañana, junto al nicho del señor del ordenador, deberían poner un mármol con la forma de un altavoz.