Hoy voy a hablaros de un tema tabú. No, no se trata de sexo, sino de algo que me he dado cuenta que es aún mucho más llamativo. Un tema tan asociado a niños pequeños, a comienzos de cursos infantiles o a posguerra, que nadie piensa que pueda llegar a sucederle.
Ayer fui a una farmacia de Los Santos de Maimona a comprar un bote de Zeta Zeta y una peina con más miedo que vergüenza. He cogido piojos en el Albergue en el que estamos alojados. No solo yo, otra chica, que también está en mi habitación, los ha cogido, de hecho, gracias a que ella dio la alarma, comprendí que los picores de cabeza que tenía no podían ser de caspa o estrés como suponía.
Es la primera vez que tengo seres diminutos de este tipo habitando en mi cabeza y las opciones caseras, como echarme aspirina mezclada con alcohol por la cabeza o vinagre, no me han convencido, a pesar de que he hecho uso de alguna fórmula de estas. Estas recetas caseras, al menos, son algo más íntimas, por llamarlo de alguna manera, porque ir a una farmacia y reconocer ante un grupo de gente en fila esperando que tienes piojos, es de todos menos agradable, sobre todo cuando a tu alrededor se crea un corro y todo el mundo te pregunta que si eres tú quien los tiene.
Pues sí, he cogido piojos y ya me estoy tratando, pero a veces creo que es más psicológico que otra cosa, porque antes de haberlos tenido, pensaba que tener piojos y liendres era como ser un apestado. Tal vez no debería de haber escrito esto, tal vez mañana todo el mundo se aparte a mi paso, me miren con cara rara, no me cedan el paso o me traten como si tuviera algo que se pega. Porque lo que sí es cierto es que la gente a mi alrededor se rasca a veces la cabeza, más que nada por miedo a tenerlos y a crear aquí, en el albergue de Los Santos de Maimona, una pandemia.
Sí, tengo piojos, o bueno, parece ser que están todos muertos, pero me ha bastado tenerlos para darme cuenta de lo duro que es socialmente, de cara a estar con la gente, y lo fácil y cómodo que es convivir con este tipo de problemas.