Después de dos semanas al margen de estudios, familia, amigos… toca volver a la realidad, a ponerse las pilas y recuperar el ritmo de las clases. También toca volver a atender a mis amistades, a pesar de que creo que hasta que no se me pase un poco la emoción, puedo no ser una buena compañía, porque me muero de ganas de contarle a la gente mi experiencia como participante del proyecto trasfronterizo Agita y veo que puedo llegar a aburrir del largo repertorio que tengo.
Hemos vivido una especie de Gran Hermano sin cámaras que nos vigilasen, aunque bueno, todos los días había una filmando para preparar el making of de lo que hacíamos. Ayer por la tarde, a mi madre le tocó hacer de Mercedes Milá y evaluar mi paso por ‘la casa’ mientras yo le iba poniendo vídeos de las actividades que habíamos hecho. Entre ellas, una dinámica en la que, jugando a Ensalada de frutas, la silla se me iba para atrás y yo caía de espaldas al suelo. Es divertido verse y reírse días después de este tipo de escenas, aunque mi madre ha acabado hasta las narices porque no tengo tema de conversación en el que no aparezcan Montemor o Novo, Los Santos de Maimona, mis compañeros o mis monitores.
Es cierto que si por mí fuera, me pasaría una semana viendo las más de mil fotos que he hecho y revisando una y otra vez todos los vídeos que hemos grabado, y, aparte de eso, también descansando un poco sin más compañía que mi cama, una mantita y un libro. Han sido 15 días tan emocionantes en los que nos hemos mantenidos tan activos que es raro que después de este parón en seco no me constipe. Aunque bueno, imagino que tengo tantas tareas pendientes que no me da tiempo.
Anoche, me costó dormir, echaba en falta las conversaciones en la cocina hasta tarde con Eli y Ana, tomando café como malamente nos habíamos acostumbrado en Portugal, haciendo análisis del día y terminando las tareas que teníamos pendientes. Esta mañana, en cambio, me levanté bastante mejor: por primera vez en quince días no me desperté asustada con el sonido de la alarma del móvil de Pedro, que desde el primer día que la escuché en Montemor, me estremeció y me hizo salir corriendo de la ducha pensando que era una señal de que había fuego. Sin embargo, hasta eso he echado en falta y me he puesto melancólica. Esta medio día, probablemente cuando llegue a casa, echaré de menos el momento en el que todos debatían sobre qué comería: si muesli con leche de soja o piña.
Definitivamente, sí, voy a necesitar que la realidad tenga paciencia conmigo en Cáceres, porque lo que hemos vivido no es fácil de superar. Me muero de ganas de embarcarme en una experiencia similar y animo a todo el que tenga la oportunidad para que se lance a la aventura.