Me he propuesto un reto: no volver a coger ningún libro más de esos que ponen en el montón de ‘para llevar’, esos que te encuentras a veces en bibliotecas y museos. En el último mes he cogido varios, y ayer, andando por la casa, me di cuenta de que desde que los dejé puestos, cada uno en un sitio distinto, no había vuelto a tocarlos.
Con estos libros, me pasa lo mismo que a las señoras en los puestos de los mercadillos en los que ofrecen ropa supuestamente del ‘breska’ por un euro. Se tiran a por las prendas como locas, con prisas por que otra más avispada no se las quiten. Al final, la codicia les puede, y muchos de los atuendos que adquieren terminan en el fondo de un armario llenos de polillas o como trapos de cocina. Pues a mí me sucede algo similar: veo tantos libros que pienso que alguno debe de ser bueno ‘de verdad’, voy pasando las páginas, echándoles un ojo, e intento convencerme a mí misma: “Mira qué interesante”. Al final, termino con varios de ellos debajo del brazo sin saber realmente qué es lo que he cogido.
La última vez, antes de ponerme a seleccionar en el montón, lo primero que hice fue darles la vuelta a todos los libros que iba cogiendo y fui viendo las contraportadas. Creo que más del 90% de los que había eran subvencionados por ayuntamientos, diputaciones y universidades de ciudades españolas. Me resultó un buen método de descarte ver esto. En efecto, creo que ninguno merecía la pena, por eso precisamente estaban ahí, para quitárselos de encima y llenar las estanterías de todos los que vemos anunciados ‘Libros gratis’ y rebuscamos a sabiendas de que jamás los leeremos.