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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

El Castillo de Luna, 'la sala de los susurros' y el retrete

Este año he ido tres veces a Alburquerque, un pueblo precioso que hasta no hace mucho pensaba que era de la provincia de Cáceres, por la cercanía con el mío (Arroyo). Un pueblo del que siempre me han llamado la atención sus naranjos tan bien situados, las macetas que adornan sus calles, lo empinadas que son estas, la cantidad de gatos que las habitan, las puertas de las casas de madera, y sobre todo, su castillo. Sin embargo, siempre me venía de las visitas culturales que hacía un poco triste, me faltaba algo.

Ver el Castillo de Luna desde fuera es bonito, fotografiarlo de noche, una pasada, pero poder visitarlo por dentro y justo a la hora en la que está cayendo el sol, al atardecer, es una delicia para los sentidos, un placer sobre todo, para los ojos. Ayer, por fin, tuve la suerte de poder deleitarme durante la hora que duró la visita guiada dándole caña al obturador, quedándome la última del grupo para poder tomar instantáneas mientras escuchaba la historia de Alburquerque, su desconocido origen y por la cantidad de manos que había pasado su castillo.

 

Desde dentro, impresiona mucho el grosor de los muros de la fortaleza, sus dimensiones y la profundidad de las mazmorras. Aunque hay dos cosas por encima de todo que a mí me llamaron la atención: una especie de retrete al aire libre en lo alto de la torre, desde el que los excrementos caían al vacío, no apto para cobardes ni para personas con miedo a las alturas; y una habitación denominada ‘La sala de los susurros’.

Soy tan escéptica que si no lo hubiese comprobado, tal vez no me habría llamado la atención, no lo habría creído, me habría parecido un fenómeno típico de Iker Jiménez, pero el hecho de poder comunicarme de cara a una esquina de la habitación con un niño desconocido en la misma posición que yo, situado en diagonal en la esquina opuesta y sentirlo como si me estuviese hablando al oído, como si formase parte del muro, sobra para darle veracidad a ‘La sala de los susurros’, que podría venir a ser el Whatsapp de la época. Claro… ahora entiendo lo del retrete al aire libre… para llevarse el emoticono de la caca puesto.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


diciembre 2013
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