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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

O te quitas el piercing o no juegas

El sábado, un árbitro me obligó a quitarme el piercing de la nariz en La Granadilla, Badajoz, para jugar un partido de fútbol. El aro de colores que tenía puesto, llevaba muchos años acompañándome. Cuando jugaba a voleibol, donde era peligroso por si se te enganchaba el pendiente a la red o te golpeaba al hacer un bloqueo el balón, nos poníamos un trozo de esparadrapo pegado en la nariz, o en la parte del cuerpo que lo tuviésemos, para que nos protegiera de posibles enganches y desgarres de piel.

Este año, para jugar al fútbol también estaba utilizando esparadrapo para tapármelo ante posibles golpes físicos o de balón. En algunos partidos hasta se me había caído el esparadrapo por culpa del sudor mientras corría. En otros, directamente no me lo había puesto porque me dificultaba la respiración. Sin embargo, no todos los árbitros son igual de tolerables y no seré yo quien critique sus decisiones futbolísticas, pero aún sigo acordándome de su madre desde el momento en el que dijo el sábado que con piercings, tapados o sin tapar, no se jugaba.

Desde entonces, vivo con el mismo temor que la noche que se me salió el pendiente de la nariz, se me cerró el agujero y tuve que abrírmelo con una aguja. Aún recuerdo los gritos de dolor, la sangre y la hinchazón. Como para vestirme de payaso si hubiera coincidido con fechas de carnavales. Antes del sábado, tenía el aro apretado a tope para que no pudiera salirse. Ahora, ya dado de sí, está el pobre cada dos por tres tambaleándose, como esos aros que en las ferias se lanzan pero que nunca entrar en sus respectivas bases. Da vueltas en mi nariz con una brecha, un margen de error, más que considerable.

Ayer, me pasé el día llevándome las manos al piercing para comprobar que seguía en su sitio, pero por las noches, y con la de vueltas que doy en la cama sonámbula, la cosa cambia: el esparadrapo que no me dejó ponerme el árbitro en el partido tengo que ponérmelo para que no se me salga mientras duermo. Tal vez no corra riesgo de golpes, ni de balonazos, ni de desgarres… pero es mucho más doloroso que se te salga sin darte cuenta el pendiente y tengas que estar abriéndote el agujero en frío. 

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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