A veces sueño con imágenes que ha grabado mi retina en algún momento de mi vida. Me desvelo con el recuerdo de varias: un día precioso en lo alto del puerto de Tornavacas, un anochecer magnífico sentada en unas escaleras de Salamanca, viendo cómo se iluminaban las cúpulas de los altos edificios del casco antiguo, o la noche que subí al Empire State Building y todo Nueva York parecía una gran feria de luces y colores ante mis ojos. Todas estas imágenes aparecen, sobre todo, en momentos nostálgicos, fotografiadas en mi mente, pero precisamente por tener la espinita clavada de no haber tenido una cámara a mano para inmortalizarlas.
Desde el jueves por la mañana, una nueva fotografía mental me perturba, aparece en mi cabeza y me trastoca los sentidos, me desestabiliza y me llena de sensibilidad, me hipnotiza y me vuelve por momentos ajena al mundo que me rodea. Es de esas imágenes que no esperas, que aparecen sin avisar, cuando abres los ojos sin darte cuenta tras varias horas dormida, tras un viaje cansado a altas horas de la madrugada, en un autobús con olor a ‘humanidad’, a gente agotada que salió muchas horas antes que tú hacia el mismo destino.
Es una de esas imágenes que podrías haberte perdido, que si no es por el sonido de un móvil, o tal vez por el despertar del resto de pasajeros, o por un niño llorando, o por la razón más extraña que en otro momento del viaje no te despertó, no habrías visto. Tiene lugar en ese momento en el que cruzas el Río Tajo por el puente más grande de Europa, el Vasco da Gama, con sus 17 kilómetros. Entonces, sin esperar nada, sin ni siquiera saber si estás despierta o sigues soñando, un cielo azulgrana matutino fundiéndose con una gran cantidad de luces que iluminan el mar y los altos edificios te dan la bienvenida al paraíso. Una curva gloriosa final te abre las puertas a una de las ciudades más bonitas de Europa, en la que esperabas encontrar un bonito castillo, muchos tranvías, curiosas y coloridas calles, una gran catedral, o incluso, unos pasteles de Belém muy ricos, pero no un recibimiento tan acaparador de tus sentidos.