Desde que terminara el Mundial de Daegu no he dejado de leer informaciones sobre la decepción que ha supuesto la ausencia de éxitos de los atletas españoles en este campeonato. Descontento que se traduce en duras críticas sobre su rendimiento. Es verdad que en los últimos años se ha notado una regresión; para ser más exactos, en Sevilla 99 se consiguió el mejor resultado de España y a partir de Edmonton 2001 el nivel de España ha bajado hasta terminar en un discreto puesto 26 en la clasificación por países en Daegu.
A pesar de esto, considero injustas las críticas vertidas sobre los atletas en las que se nos acusa de habernos acomodado. Injustamente se argumenta contra nosotros que mantenemos el mínimo nivel que nos permite mantener las becas y ganar dinero en carreras fáciles en España dejando mal atendidas citas internacionales más importantes.
A los atletas se nos exige cada temporada estar a pleno rendimiento, conseguir ciertas marcas y acudir a campeonatos internacionales para optar a esa ‘recompensa’ en forma de beca Nos recriminan una falta de motivación de cara a pruebas en el extranjero cuando son dichas pruebas las que nos proporcionan satisfacción personal y caché. Un atleta de nivel regional sueña con participar en un campeonato de España, y el que pelea por medalla en el nacional anhela acudir a un campeonato del Mundo o unos Juegos Olímpicos.
La realidad es justo la contraria. La ambición está en nuestra naturaleza humana. La competición empezó para todos como un juego desde niños y por eso seguimos, porque nos compensa los pequeños sacrificios diarios. El atleta lleva el carácter competitivo por bandera cada día y lo acrecienta hasta su límite el día de la prueba. Cada día cuida su alimentación, las horas de sueño y descanso para dar lo mejor de sí. Un mal resultado le afecta sobremanera y enseguida busca otro objetivo que le haga levantar.
Dicen que estamos acomodados quizás porque un atleta profesional no pasa penurias para poder entrenar a deshoras después del trabajo o malcomer para mantenerse en un supuesto peso ideal. Pocos somos los afortunados que podemos permitirnos el entrenar mañana y tarde siendo el correr nuestra ocupación y forma de vida. Pero también es cierto que la incertidumbre sobre nuestro futuro es mucha porque depende exclusivamente de nuestra fortaleza física y mental.