A principios de julio del año 2012, alcanzaba otra vez las orillas del pequeño pueblo ballenero cerca de mar abierto. Era la primera vez que veía aquellos imponentes témpanos de hielo, procedían de la no muy lejana costa Este groenlandesa.
Fue toda una experiencia tocar con las manos aquella mole de hielo de unos 5 metros de altura, un centenar de metros de longitud y unos 60 metros de ancho. El cual se debió dinamitar para descomponerlo en ‘pedazos’ más pequeños por el peligro que había en las cercanías de la pequeña aldea ballenera.
Como todos los años, miles de estos inmensos bloques arriban a las tempestuosas aguas del Cabo de Farewell, arrastrados por una potente corriente marina ‘fría’. A principios de verano habitualmente, y durante unas semanas, esta gran extensión helada ocasiona problemas en las comunicaciones marítimas de los alrededores.
Aventuras sobre témpanos
En una conversación con Ramón, acerca de alguna de sus imnumerables aventuras por lugares polares, me llamó la atención una de ellas. Se trataba en su famosa expedición de 14.000 kilómetros durante tres años ininterrumpidos (Tres años através del Ártico), donde viajaron sin ningún medio mecánico, solamente por kayak, trineos de perros o andando.
En una de las travesías que hicieron con kayaks, atravesando extensiones de banquisa (hielo plano), hizo un alto en el camino para descansar, para ello, se subió a un témpano con forma plana, no más alto de unos centímetros desde la superficie del agua y de unas decenas de metros de longitud. Llevaba muchas horas remando y estaba cansado, así que, decidió echar una cabezadita sobre aquella estable superficie. Cuando se despertó de la “pequeña” siesta, habían pasado algunas horas. Para poder situarse y proseguir su travesía, miró a su alrededor, era un lugar diferente que no conocía, encendió su gps y pudo comprobar con estupefacción, que aquel pedazo de hielo lo había ido derivando de su ruta unas decenas de kilómetros debido a la fuerte corriente.
¿Viajar sobre témpanos de hielo flotantes?
A medida que uno se introduce en los relatos de exploración de los mares helados del Norte, nos damos cuenta de la dureza de sus crónicas. Situaciones de supervivencia extrema en la que se vieron envueltos en tantas ocasiones. Llevados hasta el límite de sus fuerzas y casi siempre sin posible ayuda para poder regresar por medio de un camino incierto.
En esta entrada os citaré una de ellas, que me dio mucho que pensar al leer aquellas dramáticas situaciones en búsqueda del Paso del Noroeste, o de los intentos de llegar al Polo Norte.
Expedición Polaris 1871-1873
Era la cuarta y tristemente última expedición que realizaría el líder llamado Charles Francis Hall.
Charles Francis Hall. Fue herrero y luego propietario de un pequeño periódico, aunque no tenía experiencia en navegación, obsesionado por la expedición perdida de Franklin y el ártico, consiguió la ayuda económica suficiente del gobierno de Estados Unidos para dirigir varias expediciones y buscar a los supervivientes o sus restos e ir al Polo Norte.
Precursor de un cambio de filosofía en la exploración ártica, entabló amistad y aprendió el modo de vida de los habitantes de las zonas polares; sus técnicas de caza, cómo sobrevivir al clima gélido, y cómo aprovechar los recursos naturales. Convivió durante largas temporadas con las comunidades inuit del norte y más estrechamente en el poblado de Etah en la entrada del Estrecho de Nares.
Consiguió alcanzar la latitud máxima de 82º 29′ N, hasta la fecha, tratando de llegar al Polo Norte Geográfico para un buque de la época.
Entabló una estrecha amistad con una familia inuit del poblado de Etah, convirtiéndose en sus colaboradores, que le acompañaron como intérpretes y cazadores durante muchos de esos viajes.
Al regresar al barco de su última exploración en cercanías del mar de Lincon, tomó un café y enfermó misteriosamente, falleciendo dos semanas más tarde. Las fricciones y desavenencias entre una indisciplinada tripulación que quería regresar a un lugar seguro, y los que querían continuar le pasaron factura a Hall. Un siglo más tarde al exhumar su cadáver, la autopsia reveló grandes cantidades de arsénico en su cuerpo, se demostraba así que había sido envenenado.
Regreso a un lugar seguro
A pesar de que Sidney O. Budington Capitán del Polaris hizo un último intento por continuar hacía el Polo, tuvo que retroceder, quedando bloqueado en medio de la banquisa al tratar de llegar al poblado de Etah. El barco seguía atrapado por la presión del hielo, propiciando el deterioro del casco y consumiendo el preciado carbón ya solo para poder sobrevivir al frío. Desconectadas las bombas de achique, poco a poco el barco se iba inundando irremediablemente.
Se sucedieron los meses hasta que la nave se liberó de su trampa helada, en medio de una tempestad. Las corrientes lo arrastraron hasta encallar sobre el lecho marino. George E. Tyson, el segundo oficial y navegante, ordenaba aligerar la carga del buque sobre un gran témpano de hielo. La tripulación se apresuró lanzando todo lo que pudieron por la borda. Incluso desembarcaron sobre el hielo hasta 19 hombres, entre ellos los colaboradores inuits de Hall y el propio Tyson.
Bitácora de la travesía sobre el hielo (diario del capitán Tyson)
15 de octubre de 1872, fue una oscura noche. El equipo trabajó durante tres o cuatro horas tratando de salvar los elementos esenciales vitales para la supervivencia en los implacables alrededores del Ártico. En ese momento, la nieve soplaba por fuertes vientos fríos, junto con las temperaturas entumecedoras del invierno que se aproximaba.
Aquella noche debieron permanecer sobre el hielo, prácticamente a la intemperie en medio de una cegadora ventisca en aguas tempestuosas y heladas.
Al amanecer, el navío se había separado varios kilómetros del grupo que permanecía sobre la banquisa. Irremediablemente estaban solos y a su suerte.
Tyson, a pesar de los esfuerzos por atraer la atención de la tripulación del barco, no pudo hacer nada para ser vistos, hasta que el navío se perdió navegando por mar abierto.
Con la fuerte esperanza de ser salvados de nuevo por la tripulación que quedaba en el Polaris, el objetivo era el de recuperar las pertenencias arrojadas la noche antes, entre las que contaba; dos kayaks inuit, un bote de salvamento de quilla plana parecido a los umiaks groenlandeses, algunos rifles y abundante munición. Según el cocinero, tenían 850 kilogramos de víveres para el incierto viaje que les esperaba a la deriva. El barco nunca regresó.
Gracias a la ayuda de los guías inuits, usando bloques de nieve refugiaron a los náufragos y consiguieron carne de foca y pescado suficiente durante días, hasta que empezó a escasear la caza y la pesca. Lo único que les quedaba era tratar de abatir en vuelo pequeñas aves llamadas mérlugos, y conseguir recuperarlos en medio de las peligrosas aguas.
Itinerario de la expedición del Polaris hasta la muerte de Hall y la deriva del grupo de Tyson sobre el hielo flotante.
El viaje de deriva sobre aquel témpano duró cerca de seis meses y cubrió la distancia de 2900 kilómetros, movidos solamente por el arrastre de las corrientes marinas.
Un fallo del cálculo de la posición, volvió a encender la mecha entre los indisciplinados náufragos, llevados por vehementes desavenencias entre ellos, e hizo que se dieran un atracón de la preciada comida que les quedaba, y la quema de una de las embarcaciones para poder calentarse.
Aventurilla sobre los icebergs
Pero…Mucho ojo con acercarse a un témpano si no los conoces.
Hay que saber diferenciar el hielo flotante, si queremos sobrevivir a un naufragio subiendo a uno de ellos, ya que algunos tienen la maldita costumbre de voltearse por completo mientras se desintegran…
Pero eso os lo cuento en otra entrada de mi blog…
Para ver más de mis aventuras, pulsa en los links
Para ver más fotos de mis viajes, puedes seguirme en este link