Día de sol y muy nuboso por la tarde, la temperatura mínima fue de -11ºC. Brisa muy débil de 6 – 11 km/h de Suroeste con sensación térmica de -16º C.
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Unas de las situaciones más extrañas que vivimos durante la travesía en Svalbard, fue al llegar a la ciudad abandonada de Pyramiden. ‘Abandonada’, bueno, eso pensábamos, abandonada lo que se dice abandonada no estaba.
Pyramiden nos recibió con una humareda negra procedente de un edificio, seguido del ruido del motor de una excavadora que andaba haciendo maniobras a su alrededor. Más tarde, un convoy de motos de nieve entraban en el silencioso poblado.
Nos adelantaron y saludaron al pasar, se dirigían al centro, desapareciendo al torcer la esquina de un edificio de cuatro plantas prácticamente nuevo. Decidimos seguirles para ver dónde iban.
Mirando a los alrededores, buscábamos algún edificio abierto para pasar la noche, y estar más relajados, al menos, un par de días de la omnipresente presencia del oso.
Llevábamos vagando una semana por esta inhóspita tierra y ya nos habíamos acostumbrado a convivir con las siempre temperaturas bajo cero, la rutina de dormir en una tienda de campaña y la tensión de estar en alerta en todo momento, no solo por el oso, sino por evitar cualquier percance de alguno de nosotros en el equipo o físico.
Las caras quemadas por la exposición a los elementos, denotaban un look desaliñado. Una semana de sudadas continuas tirando de las pulkas, subiendo cuestas y sin ducha, ni siquiera lavarse la cara, nos daba un aspecto de vagabundos ‘árticos’, menos mal que con tanto frío el tema del olor apenas se percibía dentro de la tienda…
Al torcer la esquina siguiendo las motos de nieve, nos topamos con un aparcamiento repleto de ellas. Había remolques usados por las motos de nieve repletos de lo que parecía depósitos de combustible, equipos de acampada, además de cofres de aluminio, que supuestamente albergarían comida y equipos de supervivencia. Algunas de estas motos de oruga, llevaban en un lateral un estuche donde iba el habitual rifle, necesario para poder adentrarse en este paraje.
Al revisar de nuevo el edificio nos dimos cuenta del pequeño cartel en color rojo donde estaban escritos los números 78º 40′, PYRAMIDEN/Пирамида. Los números se referían a la latitud donde está ubicado este edificio, siendo también la oficina postal más septentrional del Hemisferio Norte.
Decidimos entrar a curiosear el solitario y extraño hotel. Al abrir la puerta y entrar en el pequeño descansillo, nos sacudió un golpe de aire caliente. Después de tantos días bajo cero, era un tanto agobiante volver a un lugar con calefacción.
En el hall del hotel, dentro de la recepción un chico de pelo azulado anota algo sobre un papel, al oír ruido en la estancia alzó la vista y salió de la recepción. Como si fuera un loro de repetición, soltó una charla de bienvenida en un perfecto inglés, con acento ruso. Una vez terminada la ‘chapa’, el delgaducho muchacho de pelo azulado, nos invito a pasar a la siguiente estancia, era otro hall lleno de perchas y estanterías para dejar calzado y donde colgar el pesado equipo polar.
Seguidamente, el sonriente recepcionista nos esperó hasta que nos quitáramos la ropa que comenzaba a sobrar debido a los 24ºC de la calefacción.
Entramos los tres en modo automático recibiendo ‘ordenes’ de aquel gallareta que no paraba de hablar, y acabamos andando por un ancho pasillo en calcetines y manga corta. Mientras seguíamos al peculiar personaje por el largo pasillo, nos mirábamos incrédulos, para luego seguir observando los detalles del restaurado edificio soviético de los ochenta.
Abrió la siguiente puerta invitándonos a entrar a la otra estancia, era un gran salón-restaurante con sofás a un lado y al otro, mesas, algunas de ellas estaban listas con vajilla y ensaladeras a la espera de comensales. Al fondo, dentro de una barra, un camarero secando unas copas nos seguía con la mirada.
Nos acomodamos y miramos a los alrededores incrédulos esperando ver seguidamente a un conejo con una chistera saltando en la confortable estancia de colores chillones. Nos recordaba al cuento de Alicia en el país de las maravillas. Ese pensamiento nos pasó por la cabeza y lo comentamos tomando una gran jarra de cerveza.
Acabábamos de sobrevivir a las terribles condiciones árticas, y al ataque de osos hambrientos, para en un periquete estar en la seguridad de un edificio calefactado de la famosa ciudad abandonada del Alto Ártico, atendidos por amigables rusos, en un decorado bien cuidado, de la antigua unión soviética, y con una gran jarra de fría cerveza rusa en las manos.
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