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José Trejo

Un extremeño en el Ártico

Día 10, Campamento osos polares. Travesía polar #SPITZBERG8022

Hay que asegurarse de que los osos no siguen nuestros pasos./

Día muy nuboso, la temperatura mínima fue de -13ºC. Brisa fresca de 30 – 39 km/h de Noroeste con sensación térmica de -32º C.

Si queréis situaros durante nuestro recorrido en un mapa interactivo de Svalbard hacer clic aquí

La zona de Pyramiden siempre ha tenido fama de un lugar con mucho peligro debido al oso polar. La densidad de focas en el fiordo es la razón por la que el gran depredador esté muy presente. Otro motivo es la propia ciudad, la curiosidad y el hambre del animal, hace que se adentre sin ningún miedo en los dominios del hombre.

La mañana que nos despedimos de Pyramiden, nos hicieron la última advertencia acerca del oso. La noche antes, una hembra y su cachorro se acercaron a la ciudad, había pisadas por todos lados. La hembra desesperada merodeó por los alrededores del edificio del hotel y el edificio crematorio del horno humeante, distancia demasiado cercana de donde habíamos pasado las dos últimas noches.

Al salir del muelle, y dejar atrás las estructuras oxidadas de las grúas de carga, la ciudad comenzó a sumirse en una luz blanquecina por los copos de nieve que la cubrían. El viento soplaba de costado y cortaba al salir del abrigo del muelle. Al rato, volví la mirada atrás para echar el último vistazo, y vi como la ciudad se desvanecía en medio de la densa nubosidad.


Solo esperábamos que en medio del fiordo no tener compañía, éramos un blanco perfecto. Regresábamos sobre nuestras huellas sabiendo que debíamos esquiar los más de 10 kilómetros de distancia para cruzar la banquisa. Y como otros días, la visibilidad no nos estaba acompañando, pero este día era peor, solo con pensar que el depredador podía estar muy cerca pisándonos los talones, y no lo podríamos ver con suficiente antelación como para reaccionar.

Andar tirando de la pulka tampoco ayudaba, eso era lo que pensaba constantemente. A cada momento, alguno de nosotros se paraba, y daba un vistazo a los alrededores tratando de mirar entre la ventisca y la falta de contraste a algo que nos siguiera.

Había que protegerse del costado izquierdo, ya que la nieve helada de la ventisca ‘perforaba’ la piel. Las gafas de ventisca eran tan necesarias como inútiles, de una manera nos daban confort y por el otro apenas veías.

Andábamos con tensión arrastrando las pulkas, intentábamos igualar el ritmo del grupo para llevar una marcha lo más constante para tratar de salir del hielo marino lo antes posible. Hasta el momento podíamos ver el enorme frente glaciar de Nordenskiöldbreen, y por las dudas, días antes, habíamos tomado la posición gps encaso de que el angosto paso de subida lo tapara la ventisca.

Armados y en constante alerta. Esta es la definición cuando realizas una travesía en Svalbard o en cualquier lugar del Alto Ártico. Foto Jorge G.

Justo en la mitad del fiordo de Billefjorden hicimos una parada para tomar un té y algo para comer. Mientras Gontzal y yo sacábamos el tente en pie de las pulkas, Jorge sacaba sus prismáticos. Como todos los días, dos de las pulkas se convertirían en el asiento improvisado y corta vientos para el piscolabis, y como siempre, yo permanecía de pie, no me gusta parar tanto el ritmo y enfriarme.

Después del picoteo, Jorge volvió a entretenerse con los prismáticos, pero esta vez, en vez de dirigir su mirada al frente glaciar, giró hacia la izquierda donde había peor visión.

Ostras! exclamó Jorge.

Creo que veo algo en el cabo de la izquierda. Dijo.

Al rato, otra exclamación -¡No puede ser, estoy viendo un oso! ¡ Mi primer oso polar!

Gontzal y yo nos miramos y bromeamos con Jorge. -Venga ya, será una foca gorda. Dijimos.

Jorge cambió el tono de voz y apoyándose sobre uno de sus bastones volvió a dirigir los prismáticos hacia el mismo lugar.

-¡Allí está, lo veo, es un oso, y parece grande!

Esta vez, el animal al pasar por delante de unos oscuros acantilados se veía mejor. Este, se paraba y oteaba el horizonte, luego bajaba la cabeza y seguía su marcha hacia el pequeño fiordo de Petuniabukta.

Concentrados tratando de encontrarle sin los prismáticos, logramos localizarle cerca de un cabo por sus movimientos. Los primeros momentos de tensión se mezclaron con alivio, al fin nos topábamos con el rey del ártico y le poníamos cuerpo. La presión psicológica desapareció, estábamos viendo aquel precioso animal en su medio. Con sonrisa cómplice nos miramos, estábamos viviendo un hecho insólito en la travesía, la naturaleza ártica en su pura esencia.

Se acababa de quitar aquel miedo ancestral e instintivo de la presa (nosotros) con el depredador (el oso polar). Al fin lo veíamos a una distancia de seguridad, unos 500 metros, y podíamos recrearnos intercambiando los prismáticos.

Después de un tiempo mirando al enorme oso, decidimos reanudar la marcha para entrar en calor, pocos minutos faltaron para quedarnos helados. Pero antes de iniciar la marcha, el rifle no iría metido en mi mochila, sino colgado en el hombro. Jorge era el responsable de la pistola de bengalas y hizo lo propio, la puso más a mano dejando una bengala de luz preparada en la recámara.

Momentos de tensión. Nos topamos en ‘campo abierto’ con tres osos polares a la vez. Toposvalbard

De frente, mirando en dirección al glaciar, nuestro objetivo, Jorge vuelve a dar una voz.-¡No puede ser!

De repente se para, y se vuelve hacia su pulka para tomar los prismáticos. Se pone en pie y rápidamente apunta fijamente hacia unos témanos de hielo que aparecen entre la niebla.

-¡Se mueve, es otro oso! Gritó.

-No, no espera, le sigue algo más pequeño. Son dos osos, son una hembra y un cachorro. Afirmó Jorge.

Nos sentimos afortunados al ver este majestuoso animal del Alto Ártico, a pesar del peligro que corremos aquí.

Parados de nuevo esperábamos la reacción de la osa y su cachorro que aparecían cada vez más nítidos de la niebla. Seguían las huellas de las motos de nieve que iban a pasar cerca de nuestra posición. Me adelanté al convoy y les di el alto a los moteros. El grupo era de unas 10 motos de nieve, el guía del convoy, un tipo grande, paró en frente de mí, girando la cabeza, esperó a que todo el grupo llegase antes de escucharme.

Les advertí de un gran oso macho que andaba en el lugar hacia donde se dirigían, mientras tanto, aquel tipo grande me avisaba de que se acababa de cruzar en medio de la niebla con la hembra a tan solo 100 a metros.

Aquella mediodía tuvimos mucha suerte, el gran macho había desaparecido hacia el pequeño fiordo, y la hembra dio la media vuelta para cruzarse delante de nosotros sin más atención que mirar hacia atrás en busca de su pequeño cachorro.

Así, sin actuar, tan solo parados en campo abierto, esperamos que los osos desaparecieran de la enorme planicie helada, seguimos la marcha, pero sin dejar de mirar con atención el camino que seguía la osa y su cachorro.

 

El miedo por la sugestión del “hombre del saco” el oso polar, se había atenuando al ver los animales. Pero es cierto también, que si un ejemplar de estos nos hubiera seguido, no hubiéramos tenido más remedio que pedir rescate, o buscar cualquier modo de transporte que nos sacara para poner kilómetros de distancia. Sería difícil descansar o incluso permanecer dentro de la tienda de campaña sin estar comiéndonos la cabeza a pesar de montar la alarma perimetral.

Volvemos a subir el empinado frente glaciar. Habrá que alejarse del fiordo todo lo que puedan las fuerzas y buscar un lugar para acampar. Foto Jorge G.

Amanecer soleado. Debido al cansancio del día anterior por los momentos de tensión con los osos y la fuerte subida, acampamos demasiado cerca del fiordo.


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Sobre el autor

De espíritu inquieto, busco retos para no ahogarme en lo cotidiano. Mis dos pasiones son los deportes de aventura y los entornos naturales inhóspitos


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